JOSÉ CHAPOCHNIK… Y EL CERRO DE GABRIELA
Por:
Sandra Maldonado Henríquez
En Noviembre nos reunimos en La Casa del Escritor,
en Simpson 7, con el escritor y testarudo por definición José Chapochnik
Dimant. Alto y flaco espécimen de la
voluntad que raya en la locura, ya que él es el hombre que cumplió uno de los
deseos que Gabriela Mistral pidió a Chile para que se le recordara en su
querido Montegrande. Pero viajemos por
esta historia en orden cronológico, acompañados de los recuerdos y emociones de
su artífice
...En Diciembre de 1945 Gabriela Mistral ganó el
Premio Nobel de Literatura. Eso produjo
un gran revuelo acá en Chile, tal que desde ese mismo instante comenzó a
recaudarse dinero para construirle un monumento en homenaje en La Serena. El dinero se reunió en 1947, eran 250 mil
pesos de la época, y la obra fue encargada a la escultora y amiga de ella Laura
Rodig. Mistral, que en ese momento era
Cónsul de Chile y residía en Monrovia, recibe esta noticia con un disgusto
mayúsculo y, siendo como era, resuelve enviar dos cartas urgentes: una dirigida
a su amiga Isolina Barraza y la otra al
gobierno del presidente Gabriel González Videla. En ellas deja muy en claro que
no le interesan los homenajes, que prefiere mil veces que todo lo reunido se
reparta entre los niños pobres del Valle del Elqui, y, en caso de que insistan
con el asunto, les recuerda que lo que ella más ama es la naturaleza y que
elijan entre uno de los cientos de cerros de su tierra natal para que lleve su
nombre, de esta forma se sentiría perpetuada y no le costaría nada al erario
nacional. Sin embargo, ¡las vueltas que debió darse en
su tumba la Mistral, si supiera que esta idea, en apariencia sencilla, sólo se
concretó 44 años más tarde!
Las
autoridades de la época quedaron de una pieza.
¿Acaso pretende esta mujer burlarse de ellos? Lo cierto es que su
petición quedó escondida en algún rincón de la pieza de burócratas llenándose
de herrumbre, situándose en el olvido.
Pero hubo
gente que no quería que así sucediera.
Desde su amiga Isolina que por más de veinte años bregó una lucha
frente a ciegos de timbres y sordos de formularios sin ningún resultado. Otros intentaron la empresa, pero de nuevo
los rostros como puertas cerradas se paseaban por las oficinas municipales, por
los pasillos de los gobiernos.
“El Turco” Entra en Escena. -
Cómo llegó
este “regalo” a las manos de Chapochnik (algunos de sus conocidos le apodan “El
Turco”). En 1988, participaba en un
encuentro internacional de escritores, en vísperas de celebrar el centenario
del natalicio de Gabriela, cuando se entera de las peripecias que había sufrido
Isolina Barraza y otros más tratando de cumplir con el deseo de la
escritora. José los escuchó y pensó en
la cantidad de errores que se habían cometido, que para él, siendo vendedor y
conocedor del arte de convencer, le sería muy sencillo. Así que decidió tomar el desafío como suyo y
empezar a mover los engranajes necesarios para “lograr en sesenta días” la
misión de cambiarle el nombre a un cerro.
No supo
entonces Chapochnik en que se estaba metiendo. A la sazón contaba con una
empresa de plásticos muy productiva y que le daba excelentes divisas; una
familia protegida. Era, también, partícipe del Pen Club; miembro de la Sociedad
de Escritores de Chile; de la Academia Iberoamericana de Poesía, España, del
Grupo Fuego de la poesía y del Ateneo.
Verá su vida tambalear en la obstinación y la locura, incluso tendrá que
pagar un alto precio por cumplir con la principal poetisa chilena.
Al año
siguiente elaboró un plan de trabajo, redactó algunas cartas y se lanzó en la
búsqueda de las interminables reuniones con las autoridades de la región y con
el gobierno militar. Desde el general Pinochet,
la hija de éste que entonces era parte del consejo de la cultura, hasta
intendentes, gobernadores y alcaldes.
Recibía dos tipos de respuestas: las alabanzas, los abrazos y
compromisos, que rápidamente quedaban en nada; o sencillamente, por otro lado,
el no rotundo del desinteresado.
Puso en
práctica el plan B. Comenzó a dar charlas sobre Gabriela Mistral y el
objetivo en que estaba empeñado en todas las principales ciudades de Chile,
desde Arica hasta Castro, creando un nivel de “conciencia nacional” con
respecto a su tarea. Utilizó su empresa como soporte de difusión: en cada
sobre que le mandaba a sus clientes y proveedores puso un impreso que decía
“Queremos que un cerro con el nombre de Gabriela Mistral en el Valle del Elqui”
y volvió a intentarlo reuniéndose con las autoridades. ¿Qué paso con este nuevo paso?... Pues nada.
Otra idea. Si
los resultados no se obtenían desde dentro del país, quizás sería distinto si
existiera una presión desde afuera, desde
los distintos enclaves culturales del mundo. Que el tema fuera de
discusión obligada en las distintas embajadas y fiestas diplomáticas. La cosa
era hacer ruido. Consiguió una lista con las direcciones de 800 escritores y
autoridades del orbe e inicialmente escribió 1600 cartas, de las cuales
la mitad eran manuscritas, contrató dos secretarias para tal efecto. A cada
carta que envió le sacó una copia y las empastó para tenerlas como recuerdo;
sin embargo fueron muchas más las respuestas, de gente tan distinta como
François Miterrand, presidente de Francia, o de Javier Solar,
Ministro de Educación y Cultura de España, pero nunca recibió respuesta del
alcalde de Coquimbo. ¡Cuánta verdad la
del profeta en su tierra!.
Un día recibe una carta de Manuel González, escritor madrileño,
quien se compromete a iniciar en su país todo un movimiento internacional que
apoye esta tarea. Allí se lanzó a rodar
esta bola de nieve que se fue haciendo cada vez más grande, y Chapochnik seguía
con su buzón a tope. Actualmente guarda
en su casa 27 tomos empastados con todas las misivas que recibió.
El hombre
perdió la razón y su industria. Se
sumergió tanto en el qué hacer que se transformó en obsesión. Además, cada carta, telegrama, viaje o
reunión significaba un costo que sólo él solventó, a costa de su empresa que
descuidó de tal forma que sus clientes más importantes fueron levantados por la
competencia siempre atenta a cualquier debilidad en el mercado. Comenzó a
empobrecerse.
La Junta Nacional de Gobierno en esa época, casi finalizando la
dictadura chilena, lo recibe en una reunión donde estaban los comandantes en
jefe de las ramas del ejército y la policía.
Merino, Stange, Mattei y Sinclair lo escuchan estupefactos en uno de
sus discursos más vehementes que quizás en otras circunstancias habrían
significado que lo echaran a patadas de la sala de reuniones. Meses después lo llama el comandante Merino en
persona y le dice que el asunto se había debatido y aprobado, que mandará todos
los antecedentes al Consejo de Desarrollo Comunal de Paihuano, dónde
obviamente tuvo el visto bueno en tiempo record y fue derivado a Bienes
Nacionales. ¡Cuánta felicidad!, la tarea
estaba hecha.
Pero no Todo Puede ser tan Fácil...
En el
Ministerio de Bienes Nacionales se escuchó otro NO que se sumó a la
larga lista que ya tenía reunida. Ocurre que en el Valle del Elqui no queda
nada que no esté en poder de los privados.
Lo único público es el camino y las nubes sobre él, pero todo el resto
ha sido vendido a los particulares.
La desazón e
incluso la depresión se apoderó de “El Turco” Chapochnik, mientras le seguían mandando cartas y haciendo
artículos en diarios mexicanos, portugueses e italianos. Él estaba destrozado, pero como todas las
historias hermosas que ocurren en el mundo, en el último momento, cuando estaba
por dimitir, a su casa llegó un mensaje escrito por los escritores uruguayos y
su presidenta María Eugenia Huerta que decía así :
José:
Yo sé que estás cansado. Tienes frío. En este
momento hay cuarenta grados bajo cero. Tus manos están entumecidas, tus pies
gangrenados, falta el oxígeno. Tú sabes que vas a morir. Pero estás colgando de
una soga a seis metros de la cima del Aconcagua. En nombre de todos los
escritores del Uruguay, te pedimos que hagas ese último esfuerzo, que subas los
seis metros que te faltan, porque si tu bajas ¿Quién sube de nuevo?...
Ese
gesto le salvó el alma. En ese momento se produjo el cambio de gobierno en
Chile iniciándose la serie de gobiernos democráticos que aún mantenemos.
Decidido a continuar, se dirigió al
Conservador de Bienes Raíces de la Región y averiguó el nombre de todos los
dueños de predios y empezó a contactarse con cada uno de ellos para averiguar
quien cedía un cerro. Esta parte de la operación significó abocarse en ella por
tiempo completo y pensó que a la larga su familia le entendería. Entonces la
abandonó. Por otro lado su empresa estaba quebrada.
La
mayoría de los cerros importantes en Montegrande pertenecían a comunidades, eso
hizo más difícil la labor ya que si uno solo de ellos se oponía, no se podía
hacer nada. Allí se dio cuenta de los cierto en que estaba la Mistral al
decir que en Chile tenía muchos enemigos, los cuales aún persisten en la cuarta
región, porque incluso se llegó a aducir que cambiarle el nombre a un cerro
traería multitudes paganas a la región que le rendirían culto a la escritora y
romperían con la tranquilidad del valle.
Mistral, en sus misivas de 1947,
reconocía que el cerro que llevaba siempre en su corazón era aquel que miraba
desde niña en su casa, el cerro El Fraile; pero como ya estaba
bautizado, era mejor que buscaran otro. Un día sentado en la Plaza de
Montegrande junto al nuevo Alcalde de la comuna, Chapochnik se dio cuenta de
que el único cerro que no había considerado era justamente ese, ya que la
Gabriela lo había rechazado. Decidió ir
donde los dueños de El Fraile.
En Busca de El Fraile. -
El cerro El Fraile pertenecía a una
comunidad de importantes exportadores de uva que apenas se quedaban unos meses
en Chile. Les escribió una carta, pero esta vez él mismo iba con ella pegado
como estampilla. Esta era la última instancia a la cual recurrir, tantas eran
las negativas que había recibido. Lo atendió en Santiago un señor llamado Jorge
Cifuentes, de cara impávida, que le escuchó decir el eterno discurso que “El
Turco” sabía de memoria. Pasaron los
minutos de monólogo hasta que el interlocutor, aparentemente cansado, levantó
una mano y le dijo “¡Basta!, el cerro es suyo”. Chapochnik no pudo aguantar las
lágrimas y se echó a llorar abrazado por el empresario.
Después de eso, buscó el auspicio
del Ministerio de Educación para hacer la ceremonia del cambio de nombre
del cerro. En aquella época estaba de Ministro Ricardo Lagos, que se vio
acosado por 30 días, mañana y tarde, por el que entonces pasó a ser reconocido
como “El Loco del Cerro”. Consiguió el auspicio. Luego fue donde las
autoridades de la cuarta región y entonces cometió unos de sus pocos, pero
grandes errores: obnubilado por su logro se empeñó en realizar la más magna
fiesta de bautizo y permitió que en la intendencia se generaran 22 comisiones
para la ceremonia. Imagínense a 22 grupos de burócratas tratando de ponerse
de acuerdo en el tipo de canapé del cóctel o en el color del mantel de las
mesas. El resultado fue una cadena
enredada e imposible de tramitaciones y decisiones por tomar. Pasaron meses y la historia no tenía fin.
Aprovechó ese tiempo para hacer las
gestiones en el Instituto Geográfico Militar y lograr que el cerro con su
nuevo nombre apareciera en los mapas. Ese también fue un trámite de mañanas y
tardes, en donde se ganó por cansancio.
La Tierra Vuelve a Abrirse Bajo los Pies.-
Pasaron los meses y un día recibe un llamado de Jorge Cifuentes. “Tengo malas noticias” -le dijo- “Mi socio
que vive en Alemania, ha cambiado de opinión y no quiere que el cerro cambie de
nombre, para no alterar la idiosincrasia del lugar”. Chapochnik en un segundo
se convirtió en el más grande de los farsantes, que hasta había movilizado al
gobierno de una nación en lo que entonces se transformó en una mentira.
Temblando, preguntó cuándo vendría
el “socio alemán” a Chile para tratar de convencerlo personalmente, y esperó a
que la situación se confirmara. A
aquella reunión Chapochnik fue acompañado de la prima de Cifuentes, la señora
Luisa Hermosilla. Fueron hasta un fundo en las afueras de Santiago donde sin
previa cita entró en la sala de reuniones y se encontró de frente con su último
gran obstáculo. El “socio alemán” salió de sí, gritó y amenazó, “¡¿Cómo es
posible que entre así a mi casa?!”, pero ante la presencia de la Sra.
Hermosilla se calmó lo suficiente como para escuchar el eterno discurso del
deseo de Gabriela. Luego de un rato de
distancias insalvables, convidó al “Turco” a que lo acompañara a su habitación
donde le enseñó sobre la cama un inmenso póster de Gabriela Mistral. Chapochnik
estaba mudo. Luego le enseñó unos álbumes de fotografías en donde aparecía
junto a sus padres y a Gabriela misma en algunos veranos que ya pasaron hace
tiempo. “¿Usted cree que yo no amo a Gabriela?”, le dijo. Y entonces José, sin poder contenerse, tomó
al alemán por la camisa y lo sacudió con todas sus fuerzas llenándolo de insultos
y preguntándole “¿Cómo es posible que si quiere tanto a la Mistral se niegue
terminantemente a su último deseo?”. Esa es una respuesta que nunca a podido
conseguir. Lo que sí consiguió es que aquel hombre de mediana edad, rubio y
sacudido, lo apartó como pudo, sudando y nervioso, se dirigió a la Sra.
Hermosilla, y le dijo: “Luisa, tráeme los papeles, lo que sea lo firmo”.
Subió Hasta su Tumba. -
Los días se sucedieron. Se hicieron
gestiones en distintos niveles. Los dueños del cerro el Fraile se transformaron
en los más grandes defensores de las ideas de Chapochnik, consiguieron títulos
y papeles en Bienes Raíces; solicitaron formalmente el cambio del nombre;
sobrevolaron la zona para hacer una nueva cartografía detallada del cerro. Así,
el 12 de Noviembre de 1990, el Instituto Geográfico Militar cambió el nombre
del cerro El Fraile, en el mapa de Chile, por el de Gabriela Mistral.
Al
poco tiempo de concretada la maravilla a fuerza de porfía y a costa de mucho
sufrimiento, José Chapochnik recogió los documentos oficiales y otros tantos
papeles de su interés durante esta travesía y se fue a Montegrande. Atravesado por la emoción subió hasta el
Mausoleo de Gabriela Mistral. Solo frente a la poeta, se abrazó a su tumba y
gritó a todo pulmón “¡Gabriela, te lo cumplí, te lo cumplí!”.
A pesar de todas las
pérdidas que debió afrontar José Chapochnik, nos confesó que estaba en lo
cierto cuando pensó que algún día su familia perdonaría tal locura en la que se
vio arrastrado. De su propia boca, sé que ha recuperado a su esposa y a su
hija; y que está invirtiendo lo que le queda de vida en mantenerse junto a
ellos.
José Chapochnik Dimant falleció el martes 10 de febrero
de 2009.