NOTICIAS

sábado, 3 de agosto de 2019


JOSÉ CHAPOCHNIK… Y EL CERRO DE GABRIELA

Por: Sandra Maldonado Henríquez

En Noviembre nos reunimos en La Casa del Escritor, en Simpson 7, con el escritor y testarudo por definición José Chapochnik Dimant.  Alto y flaco espécimen de la voluntad que raya en la locura, ya que él es el hombre que cumplió uno de los deseos que Gabriela Mistral pidió a Chile para que se le recordara en su querido Montegrande.   Pero viajemos por esta historia en orden cronológico, acompañados de los recuerdos y emociones de su artífice

...En Diciembre de 1945 Gabriela Mistral ganó el Premio Nobel de Literatura.  Eso produjo un gran revuelo acá en Chile, tal que desde ese mismo instante comenzó a recaudarse dinero para construirle un monumento en homenaje en La Serena.  El dinero se reunió en 1947, eran 250 mil pesos de la época, y la obra fue encargada a la escultora y amiga de ella Laura Rodig.  Mistral, que en ese momento era Cónsul de Chile y residía en Monrovia, recibe esta noticia con un disgusto mayúsculo y, siendo como era, resuelve enviar dos cartas urgentes: una dirigida a su amiga  Isolina Barraza y la otra al gobierno del presidente Gabriel González Videla. En ellas deja muy en claro que no le interesan los homenajes, que prefiere mil veces que todo lo reunido se reparta entre los niños pobres del Valle del Elqui, y, en caso de que insistan con el asunto, les recuerda que lo que ella más ama es la naturaleza y que elijan entre uno de los cientos de cerros de su tierra natal para que lleve su nombre, de esta forma se sentiría perpetuada y no le costaría nada al erario nacional.  Sin embargo, ¡las vueltas que debió darse en su tumba la Mistral, si supiera que esta idea, en apariencia sencilla, sólo se concretó 44 años más tarde!
 Las autoridades de la época quedaron de una pieza.  ¿Acaso pretende esta mujer burlarse de ellos? Lo cierto es que su petición quedó escondida en algún rincón de la pieza de burócratas llenándose de herrumbre, situándose en el olvido.
 Pero hubo gente que no quería que así sucediera.  Desde su amiga Isolina que por más de veinte años bregó una lucha frente a ciegos de timbres y sordos de formularios sin ningún resultado.  Otros intentaron la empresa, pero de nuevo los rostros como puertas cerradas se paseaban por las oficinas municipales, por los pasillos de los gobiernos.

“El Turco” Entra en Escena.  -
 Cómo llegó este “regalo” a las manos de Chapochnik (algunos de sus conocidos le apodan “El Turco”).  En 1988, participaba en un encuentro internacional de escritores, en vísperas de celebrar el centenario del natalicio de Gabriela, cuando se entera de las peripecias que había sufrido Isolina Barraza y otros más tratando de cumplir con el deseo de la escritora.  José los escuchó y pensó en la cantidad de errores que se habían cometido, que para él, siendo vendedor y conocedor del arte de convencer, le sería muy sencillo.  Así que decidió tomar el desafío como suyo y empezar a mover los engranajes necesarios para “lograr en sesenta días” la misión de cambiarle el nombre a un cerro.
 No supo entonces Chapochnik en que se estaba metiendo. A la sazón contaba con una empresa de plásticos muy productiva y que le daba excelentes divisas; una familia protegida. Era, también, partícipe del Pen Club; miembro de la Sociedad de Escritores de Chile; de la Academia Iberoamericana de Poesía, España, del Grupo Fuego de la poesía y del Ateneo.  Verá su vida tambalear en la obstinación y la locura, incluso tendrá que pagar un alto precio por cumplir con la principal poetisa chilena.
 Al año siguiente elaboró un plan de trabajo, redactó algunas cartas y se lanzó en la búsqueda de las interminables reuniones con las autoridades de la región y con el gobierno militar.  Desde el general Pinochet, la hija de éste que entonces era parte del consejo de la cultura, hasta intendentes, gobernadores y alcaldes.  Recibía dos tipos de respuestas: las alabanzas, los abrazos y compromisos, que rápidamente quedaban en nada; o sencillamente, por otro lado, el no rotundo del desinteresado.
 Puso en práctica el plan B. Comenzó a dar charlas sobre Gabriela Mistral y el objetivo en que estaba empeñado en todas las principales ciudades de Chile, desde Arica hasta Castro, creando un nivel de “conciencia nacional” con respecto a su tarea. Utilizó su empresa como soporte de difusión: en cada sobre que le mandaba a sus clientes y proveedores puso un impreso que decía “Queremos que un cerro con el nombre de Gabriela Mistral en el Valle del Elqui” y volvió a intentarlo reuniéndose con las autoridades.  ¿Qué paso con este nuevo paso?...  Pues nada.
 Otra idea. Si los resultados no se obtenían desde dentro del país, quizás sería distinto si existiera una presión desde afuera, desde  los distintos enclaves culturales del mundo. Que el tema fuera de discusión obligada en las distintas embajadas y fiestas diplomáticas. La cosa era hacer ruido. Consiguió una lista con las direcciones de 800 escritores y autoridades del orbe e inicialmente escribió 1600 cartas, de las cuales la mitad eran manuscritas, contrató dos secretarias para tal efecto. A cada carta que envió le sacó una copia y las empastó para tenerlas como recuerdo; sin embargo fueron muchas más las respuestas, de gente tan distinta como François Miterrand, presidente de Francia, o de Javier Solar, Ministro de Educación y Cultura de España, pero nunca recibió respuesta del alcalde de Coquimbo.  ¡Cuánta verdad la del profeta en su tierra!.
   Un día recibe una carta de  Manuel González, escritor madrileño, quien se compromete a iniciar en su país todo un movimiento internacional que apoye esta tarea.  Allí se lanzó a rodar esta bola de nieve que se fue haciendo cada vez más grande, y Chapochnik seguía con su buzón a tope.  Actualmente guarda en su casa 27 tomos empastados con todas las misivas que recibió.
 El hombre perdió la razón y su industria.  Se sumergió tanto en el qué hacer que se transformó en obsesión.  Además, cada carta, telegrama, viaje o reunión significaba un costo que sólo él solventó, a costa de su empresa que descuidó de tal forma que sus clientes más importantes fueron levantados por la competencia siempre atenta a cualquier debilidad en el mercado. Comenzó a empobrecerse.
La Junta Nacional de Gobierno en esa época, casi finalizando la dictadura chilena, lo recibe en una reunión donde estaban los comandantes en jefe de las ramas del ejército y la policía.  Merino, Stange, Mattei y Sinclair lo escuchan estupefactos en uno de sus discursos más vehementes que quizás en otras circunstancias habrían significado que lo echaran a patadas de la sala de reuniones.  Meses después lo llama el comandante Merino en persona y le dice que el asunto se había debatido y aprobado, que mandará todos los antecedentes al Consejo de Desarrollo Comunal de Paihuano, dónde obviamente tuvo el visto bueno en tiempo record y fue derivado a Bienes Nacionales.  ¡Cuánta felicidad!, la tarea estaba hecha.

Pero no Todo Puede ser tan Fácil...
 En el Ministerio de Bienes Nacionales se escuchó otro NO que se sumó a la larga lista que ya tenía reunida. Ocurre que en el Valle del Elqui no queda nada que no esté en poder de los privados.  Lo único público es el camino y las nubes sobre él, pero todo el resto ha sido vendido a los particulares.
 La desazón e incluso la depresión se apoderó de “El Turco” Chapochnik, mientras  le seguían mandando cartas y haciendo artículos en diarios mexicanos, portugueses e italianos.  Él estaba destrozado, pero como todas las historias hermosas que ocurren en el mundo, en el último momento, cuando estaba por dimitir, a su casa llegó un mensaje escrito por los escritores uruguayos y su presidenta María Eugenia Huerta que decía así :

José:
Yo sé que estás cansado. Tienes frío. En este momento hay cuarenta grados bajo cero. Tus manos están entumecidas, tus pies gangrenados, falta el oxígeno. Tú sabes que vas a morir. Pero estás colgando de una soga a seis metros de la cima del Aconcagua. En nombre de todos los escritores del Uruguay, te pedimos que hagas ese último esfuerzo, que subas los seis metros que te faltan, porque si tu bajas ¿Quién sube de nuevo?...
            Ese gesto le salvó el alma. En ese momento se produjo el cambio de gobierno en Chile iniciándose la serie de gobiernos democráticos que aún mantenemos. Decidido a continuar,  se dirigió al Conservador de Bienes Raíces de la Región y averiguó el nombre de todos los dueños de predios y empezó a contactarse con cada uno de ellos para averiguar quien cedía un cerro. Esta parte de la operación significó abocarse en ella por tiempo completo y pensó que a la larga su familia le entendería. Entonces la abandonó. Por otro lado su empresa estaba quebrada.
            La mayoría de los cerros importantes en Montegrande pertenecían a comunidades, eso hizo más difícil la labor ya que si uno solo de ellos se oponía, no se podía hacer nada. Allí se dio cuenta de los cierto en que estaba la Mistral al decir que en Chile tenía muchos enemigos, los cuales aún persisten en la cuarta región, porque incluso se llegó a aducir que cambiarle el nombre a un cerro traería multitudes paganas a la región que le rendirían culto a la escritora y romperían con la tranquilidad del valle.
            Mistral, en sus misivas de 1947, reconocía que el cerro que llevaba siempre en su corazón era aquel que miraba desde niña en su casa, el cerro El Fraile; pero como ya estaba bautizado, era mejor que buscaran otro. Un día sentado en la Plaza de Montegrande junto al nuevo Alcalde de la comuna, Chapochnik se dio cuenta de que el único cerro que no había considerado era justamente ese, ya que la Gabriela lo había rechazado.  Decidió ir donde los dueños de El Fraile.

En Busca de El Fraile. -
            El cerro El Fraile pertenecía a una comunidad de importantes exportadores de uva que apenas se quedaban unos meses en Chile. Les escribió una carta, pero esta vez él mismo iba con ella pegado como estampilla. Esta era la última instancia a la cual recurrir, tantas eran las negativas que había recibido. Lo atendió en Santiago un señor llamado Jorge Cifuentes, de cara impávida, que le escuchó decir el eterno discurso que “El Turco” sabía de memoria.  Pasaron los minutos de monólogo hasta que el interlocutor, aparentemente cansado, levantó una mano y le dijo “¡Basta!, el cerro es suyo”. Chapochnik no pudo aguantar las lágrimas y se echó a llorar abrazado por el empresario.
            Después de eso, buscó el auspicio del Ministerio de Educación para hacer la ceremonia del cambio de nombre del cerro. En aquella época estaba de Ministro Ricardo Lagos, que se vio acosado por 30 días, mañana y tarde, por el que entonces pasó a ser reconocido como “El Loco del Cerro”. Consiguió el auspicio. Luego fue donde las autoridades de la cuarta región y entonces cometió unos de sus pocos, pero grandes errores: obnubilado por su logro se empeñó en realizar la más magna fiesta de bautizo y permitió que en la intendencia se generaran 22 comisiones para la ceremonia. Imagínense a 22 grupos de burócratas tratando de ponerse de acuerdo en el tipo de canapé del cóctel o en el color del mantel de las mesas.  El resultado fue una cadena enredada e imposible de tramitaciones y decisiones por tomar.  Pasaron meses y la historia no tenía fin.
            Aprovechó ese tiempo para hacer las gestiones en el Instituto Geográfico Militar y lograr que el cerro con su nuevo nombre apareciera en los mapas. Ese también fue un trámite de mañanas y tardes, en donde se ganó por cansancio.

La Tierra Vuelve a Abrirse Bajo los Pies.-
            Pasaron los meses y un  día recibe un llamado  de Jorge Cifuentes.  “Tengo malas noticias” -le dijo- “Mi socio que vive en Alemania, ha cambiado de opinión y no quiere que el cerro cambie de nombre, para no alterar la idiosincrasia del lugar”. Chapochnik en un segundo se convirtió en el más grande de los farsantes, que hasta había movilizado al gobierno de una nación en lo que entonces se transformó en una mentira.
            Temblando, preguntó cuándo vendría el “socio alemán” a Chile para tratar de convencerlo personalmente, y esperó a que la situación se confirmara.  A aquella reunión Chapochnik fue acompañado de la prima de Cifuentes, la señora Luisa Hermosilla. Fueron hasta un fundo en las afueras de Santiago donde sin previa cita entró en la sala de reuniones y se encontró de frente con su último gran obstáculo. El “socio alemán” salió de sí, gritó y amenazó, “¡¿Cómo es posible que entre así a mi casa?!”, pero ante la presencia de la Sra. Hermosilla se calmó lo suficiente como para escuchar el eterno discurso del deseo de Gabriela.  Luego de un rato de distancias insalvables, convidó al “Turco” a que lo acompañara a su habitación donde le enseñó sobre la cama un inmenso póster de Gabriela Mistral. Chapochnik estaba mudo. Luego le enseñó unos álbumes de fotografías en donde aparecía junto a sus padres y a Gabriela misma en algunos veranos que ya pasaron hace tiempo. “¿Usted cree que yo no amo a Gabriela?”, le dijo.  Y entonces José, sin poder contenerse, tomó al alemán por la camisa y lo sacudió con todas sus fuerzas llenándolo de insultos y preguntándole “¿Cómo es posible que si quiere tanto a la Mistral se niegue terminantemente a su último deseo?”. Esa es una respuesta que nunca a podido conseguir. Lo que sí consiguió es que aquel hombre de mediana edad, rubio y sacudido, lo apartó como pudo, sudando y nervioso, se dirigió a la Sra. Hermosilla, y le dijo: “Luisa, tráeme los papeles, lo que sea lo firmo”.

Subió Hasta su Tumba. -
            Los días se sucedieron. Se hicieron gestiones en distintos niveles. Los dueños del cerro el Fraile se transformaron en los más grandes defensores de las ideas de Chapochnik, consiguieron títulos y papeles en Bienes Raíces; solicitaron formalmente el cambio del nombre; sobrevolaron la zona para hacer una nueva cartografía detallada del cerro. Así, el 12 de Noviembre de 1990, el Instituto Geográfico Militar cambió el nombre del cerro El Fraile, en el mapa de Chile, por el de Gabriela Mistral.
            Al poco tiempo de concretada la maravilla a fuerza de porfía y a costa de mucho sufrimiento, José Chapochnik recogió los documentos oficiales y otros tantos papeles de su interés durante esta travesía y se fue a Montegrande.  Atravesado por la emoción subió hasta el Mausoleo de Gabriela Mistral. Solo frente a la poeta, se abrazó a su tumba y gritó a todo pulmón “¡Gabriela, te lo cumplí, te lo cumplí!”.
A pesar de todas las pérdidas que debió afrontar José Chapochnik, nos confesó que estaba en lo cierto cuando pensó que algún día su familia perdonaría tal locura en la que se vio arrastrado. De su propia boca, sé que ha recuperado a su esposa y a su hija; y que está invirtiendo lo que le queda de vida en mantenerse junto a ellos.
José Chapochnik Dimant falleció el martes 10 de febrero de 2009.