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jueves, 27 de noviembre de 2014

Victoria Kent, Por Gabriela Mistral

Gabriela Mistral: Victoria Kent
Mayo, 1936

Artículo escrito antes de las elecciones.

Una Índole. -
Victoria Kent es una malagueña de media raza inglesa. Las dos franjas de sangre corren y se expresan en su carácter. Lleva de la mediterránea los óleos humanos que regara Roma en cada lugar en que se retardó creando una convivencia; lleva de anglosajona el sentido del aseo del mundo por la organización del trabajo colectivo y de la vida individual.
Su formación fue la común de la niña que aparece bien dotada en la escuela secundaria de la provincia. Después de su bachillerato pasó a la capital que, buena pulidora en su colegio especializado, «doma, torna y lustra». Vino de su Málaga amasada por esos escultores ligeros y fuertes que se llaman luz y olas. Castilla tal vez haya cumplido en ella el trabajo que le atribuyen de estilización o rubricación de la criatura española. Victoria Kent hace visible en su vida un estilo; y ése es el de la escuela hispana del futuro: una eficacia aliada a la fineza; una profundidad antigua veteada de una modernidad expurgada.
Alta, sólida sin pesadez, la talla sajona y el rostro latino, la voz grave, que va bien con su alegato austero en el tribunal; la conversación en bloques netos de conceptos, y nunca divagadora. Su persona exhala una dignidad exenta de arrogancia. No es la pechi-erguida según llaman los españoles a la soberbia, aunque su autoridad fuerte arrastra a las mujeres detrás de ella hacia las faenas sociales. Quisiera saber cómo se llamaría en física la condición de los cuerpos graves que no son extáticos, pero que se agitan raramente, y me gustaría saber también cuáles son las materias que sin ser neutras, sino bastante individualizadas, influyen en sus semejantes y en sus opuestos. La fórmula de Victoria Kent andaría entre ese dechado de la física y este otro de laboratorio industrial.
De tarde en tarde se bendice la condición humana, criando cae a las manos en un ejemplar cumplido; se olvida de un golpe el fracaso conocido sobre los muchos que viven a cien jornadas de la ecuación hombre o mujer de las épocas clásicas. Saludamos aquello como el éxito completo tras del cual se corrió mucho cansándose primero y al final encolerizándose. Y se emplean algunas semanas en averiguarse al individuo con curiosidad bien dichosa.
Feminismo
Hay en los gremios profesionales de mujeres las que atraen por el temperamento mejor que por la ideología; hay otras a las cuales la técnica conquistada del oficio ha endurecido como una intemperie marina; y hay el género más común en el feminismo: el que se bate a pura sentimentalidad en una liza donde sobran las lágrimas. Es raro de disfrutar en la masa de las sufragistas el caso de la conciencia lisa y llana. Parece que seamos las mujeres insinuaciones apenas apuntadas, hoces de luna nueva de una conciencia profesional o política. Pide ésta una larga escalera de estratos morales, y los cuajaremos en el porvenir, pero tan lenta camina la operación como van rápidas nuestras emancipaciones. El desequilibrio inquieta y con harta razón.
No me fiaría para entregarle la suerte de mi pueblo a «La temperamental» arrebatada que he dicho; ni haría camino muy largo al lado de la cristura minerviana, salida del seso de Júpiter y vaciada de entraña emocional. En cuanto a las emotivas, que en vez de hacer música se han puesto a hacer política, éstas suelen cansarse con su ignorancia gárrula. Pondría, eso sí, cualquier causa personal o gremial en las manos de una Victoria Kent de conciencia cenital, como de cuantas caen dentro de su familia o su orden.
Política
Llevaron a las Cortes Constituyentes a Victoria Kent unos electores que conocían la trayectoria de su vida, servicial y recta como una estrada romana, y allí estuvo haciendo, y no luciendo, durante dos años, en los debates. La seriedad de su carácter la conduce a repugnar desde la retórica de los frondosos hasta el cubileteo de los ladinos. Donde hay industria activa sobre la cual poner la mano, realizando el bien para la colectividad, ella toma su sitio. Desprovista en cuanto a medio sajona de la piel de raso que son nuestras vanidades, estará allí trabajando sin énfasis, sentada en la zona donde el ingenio vicioso espejea menos y no atrae a los novedosos y noveleros.
La penalista
La República la colocó desde sus comienzos en un cargo desde el cual diese la medida de su energía y la nobleza de su cultura penal: Le entregó la jefatura de las cárceles españolas.
Ella llevaba consigo esa materia en todo tiempo peligrosa -dinamita para los flacos de ánimo y para los aceptadores de su mal- que llaman con palabra desacreditada «ideales». Una pasión real del derecho le hizo seguir la abogacía; luego, sus años de un bufete, asomada a diario a las cárceles -¡y qué cárceles!- la habían cargado de experiencia. Contra la costumbre del criminalista teórico, ella se sintió llamada a realizar en el cargo, cuanto planeó durante su vida: la reforma de los servicios carcelarios, ni más ni menos.
Realizó en catorce meses lo que es dable hacer en campo de calamidad tan dilatado, guerreando día a día con la vieja poltrona que es la costumbre perversa. Sus golpes de azada al régimen penitenciario fueron los siguientes: Aumentó la ración alimenticia a los presos, el que castiga, a lo menos ha de alimentar. Duplicó las provisiones de coberturas, en que se hiela el que está quieto como un banco. Dio la orden que azoraría a los jefes, de la recogida de las cadenas y grillos en las celdas de castigo. El dato pone no sé qué escalofrío: mandó fundir los objetos infames para sacar de ellos el hierro que bastó para el monumento a Concepción Arenal. Llevó el baño y la ducha a los nuevos edificios carcelarios. Suprimió las cárceles llamadas de partido (de pueblos pequeños) que en varias partes existían en inefable revoltura con cuadras y... escuelas.
Heredera de Concepción Arenal
La obra en que se daría gusto entero fue la construcción de la nueva Cárcel de Mujeres de Madrid.
Ha contado Victoria Kent al periodista Ángel Lázaro, que a lo largo de su vida ella alimentó la idea de esta creación y que llegando a la jefatura general de prisiones se dijo como a sí misma y como a la otra que hay en nosotros: «Ahora hago la Cárcel de Mujeres». Cuenta que pidió al arquitecto: «Mucha luz, toda la posible. Una casa como la que quisiese una para vivir. Luz por todo costado. Seis patios. Seis terrazas y una soberana azotea general». El amor de holgura, aseo y claridad, no se quedó en las oficinas: maravilla en la cárcel nueva, por ejemplo, la magnífica cocina. Cuarenta y cinco cuartos de baño para la pobre clientela. Setenta y cinco dormitorios independientes, una gran enfermería, un honorable salón de actos, los talleres abastecidos para el trabajo manual, la biblioteca que es para los presos la cotidiana salida al mundo, y el santo departamento para las madres delincuentes que deben criar a sus niños (¿Han pensado los jueces hasta la última raíz del concepto en la madre presa, que cría y en lo que ella cría?).
Faltan en la nueva cárcel las «celdas de castigos»; se han reemplazado con unas celdas de aislamiento para las reclusas rebeldes, y en ellas, la única penitencia es la separación de las compañeras. Victoria Kent ha dicho que cuando una mujer entra en esa cárcel, «conocerá un choque moral desde su primera pisada, y que esa casa empujará suavemente la buena crisis de su conciencia».
Ahí está plantada en el amo de «Ventas» de Madrid la masa blanca, albergadora de la delincuencia mujeril. Su arquitectura ostenta la dignidad de las cosas hechas para un vasto servicio social; la sencillez geométrica que ha aventado barroquismos promete los modos judiciales de la época, ni sentimentalotes ni sargentescos. Victoria Kent ha debido probar una satisfacción profunda mirando su sueño de media vida vuelto pasta de piedra y logro aplacador. Las delincuentes castellanas de tres centurias vivirán, gracias a ella, bajo esos techos de clemencia y detrás de esas puertas más comunicadoras que tajadoras del mundo. Santa Concepción Arenal no pudo alcanzar en su tiempo este remate de su sacro empeño. Dejó sus libros a la manera de un fermento, y en química como en letras, las levaduras o revientan o enliudan la harina, por pesada que sea. A una distancia de cuarenta años, que pudieron ser menos, pero que no son demasiado, Santa Concepción Arenal, la gallega, gana su batalla por el brazo prestado de una mujer que comió su doctrina, en una eucaristía secreta. «Esta es mi sangre», dice cada libro esencial a so lector probado. Si tales hostias se comen en la adolescencia pueden más sobre nosotros, y Victoria Kent es un caso de esas adolescencias heroicas que auguran y cumplen unas madureces grandes.
Cuando le dijeron que el menester de la reforma carcelaria correspondía a varón y no a mujer, pudo contestar que manos viriles habían manejado el problema sin sacarlo de su encenegamiento en la crueldad o el abandono. Cuando le enrostraron «una anarquización del servicio», pudo desplegar el cuadro que encontró y enfrentar la libertad dichosa que ella trajo con la anarquía satánica encontrada al llegar.
Ella dice: «O creemos que nuestra función sirve para modificar al delincuente o no lo creemos. En el caso de no tener esta fe, todas las mazmorras y el repertorio entero de castigos será poco. Si tenemos, en cambio, esa fe, hay que dar al hombre trato de hombre, no de alimaña».
Son conceptos de la mente muy lógica que ella lleva, aun cuando la elevación doctrinal de ellos la haga aparecer a los palurdos como mujer de utopías lacrimosas.
Ideología
La teoría y la conducta política de Victoria Kent se resuelven en un ángulo formado de una democracia corajuda que acepta el socialismo y de una fórmula de realización que suaviza por medio de una densa cultura la realización de esa democracia subida. En este como en otros puntos, camina con el equipo de las intelectuales españolas. Su espíritu de solidaridad parece que sea uno de sus atributos sajones más nobles: ella escoge parsimoniosamente el grupo humano con el cual se funde y al que no abandona por la pequeña disidencia de ayer o de mañana.
Admirable parece también su tino en Parlamento y asamblea; se podría sacar de sus discursos una pequeña antología de pensamiento social y de táctica política, que podía llamarse «Breviario de la sabiduría política feminista para el uso de mujeres latinas».
Es de estimarse en la literatura política de Victoria Kent la ausencia de cualquier forma de demagogia. Pudor escaso en la casta política, cuyo menester es el batir a las multitudes como a clara de huevo, pudor de líder de altura, delicadeza doblada por la condición mujeril. No sabemos la facilidad con que las feministas caen de bruces en la demagogia, a causa de nuestro terremoto pasional y de nuestro apetito de éxitos inmediatos.
Algunas lectoras podrían sacar, malamente, de este acápite la conclusión de que Victoria Kent es una diputada centro-derecha, centro-moroso o centro-cómodo, y se equivocarían, porque Victoria Kent es mujer de izquierda y de un doctrinarismo diamantino por su terca firmeza. Es probable que en nación de justicia social lograda, no fundase con sus amigos un partido radical-socialista; pero en la España que tiene que labrar los surcos, tan anchos como ella misma, del bienestar obrero y campesino, ni Victoria Kent ni otra criatura de su probidad podía elegir otro camino que el de una evolución social a marchas forzadas. La desorganización de los pueblos llamados hispánicos le golpea en las potencias con látigo herrado; el hambre de Castilla y Andalucía le castiga los sentidos cuando camina sobre el pecho o la extremidad de la Península.
Sufragio femenino
Victoria Kent combatió en las Constituyentes el voto femenino, acarreándose con ello la hostilidad de los grupos sufragistas españoles y una verdadera explosión de los feminismos extranjeros más fogosos; una mujer, y además una diputada, quería rehusar el voto a sus hermanas.
Ella no negaba, ni siquiera discutía, el derecho a voto de las mujeres. Pensamiento tan escrupuloso como el suyo no puede nutrir el concepto de un electorado eterno de hombres. Una mujer que ha hecho la jornada dantesca por los infiernos de este inundo, que se llaman niñez proletaria abandonada y niñez rural, y que se llaman, además, problemitas judiciales y trabajo femenino pagados con salario de hambre, tiene que pensar en la creación de otra sensibilidad en el Estado entero, menester que cumplirá la única que trae unas manos puras y una conciencia no relajada a las legislaturas.
De puro fiel a sí misma y a la mujer en general, ella tenía en este trance «ojos para ver y oídos para oír». Se conocía la ignorancia de la masa femenina votante y pedía a las Cortes una pausa larga para la preparación del electorado mujeril. Victoria Kent resistió la embriaguez de vino generoso o de café negro que es la demagogia sufragista sajona o latina; sabe que no se trata solamente de que las mujeres votemos, sino de que no lleguemos hasta este campo tremendo del sufragio universal a duplicar el horror del voto masculino analfabeto… Arribar con mejores prendas cívicas y, a ser posible, llevando una fórmula correctora del sufragio en general, era su intención sagaz. La mera obtención del voto y la satisfacción de la vanidad del sexo deben parecerle unas niñerías bastante atolondradas. Ha hecho la Casandra contra toda la cordialidad de su naturaleza que la lleva a las maneras suaves de convivencia, así en hogar como en asamblea. La mujer española, en gran parte, votó contra la República que le regaló el voto, y esta frase ya corre acuñada llevando consigo una realidad alarmante.
El tipo especial de opinión pública sin contorno acusado, que es el español, acaso salga de este mujerío votante que todavía no sabe qué es lo que quiere y a dónde va. Por otra parte, no son estas electoras españolas ningún fenómeno de necedad y menos de maquiavelismo; sencillamente fueron llevadas sin tránsito a una seria función política.
Una frase
He encontrado en uno de sus discursos, y como perdida, una frase de Victoria Kent, relámpago de esos que alumbran una zona del alma y gracias a los cuales suele captarse una criatura entera. Ella habla de los sostenes morales con que cuenta para su lucha y que llegan en su correo cotidiano, y añade: “No se olvida nunca cuando un hombre o unos hombres en desgracia nos han llamado madre”. Belleza grande de esos tres renglones que don Miguel de Unamuno comentaría, sacando a la luz un género de maternidad que el mundo comienza a conocer: la maternidad de la jefe de prisiones y de hospitales o de las veladoras de salas cunas, y que corre desde el gris desabrido de un funcionalismo laico enteco hasta una piedad patética o una mística vertiginosa.
Hacer y deshacer
Pasó la marejada reformista del primer Parlamento y vino una mudanza visual que un óptico sabría decir: las proporciones de la faena que se iba a cumplir disminuyeron; la República habló de pronto en una lengua alguacilesca que era de paños tibios o de subterfugios. Victoria Kent no se dio por notificada de un trueque de la República española y rehusó hacer concesiones, bajando calorías a su reforma. Había que irse, dejando los moldes abandonados a manos más consentidoras o quedarse rompiéndoles como una alfarería fracasada en el horno.
Tiempos vendrán, o no vendrán de reanudar el santo trabajo de la cárcel recreadora de hombres, y al revés de los apóstatas de sí mismos, ella podrá volver trayendo su plan intacto, sin averiadura ni quebrajeo, para continuarlo en el punto y la línea en que se lo interrumpieron.
Entretanto -y puede durar lo que sea el interregno-, ella da a quienes la vemos vivir, de cerca o de lejos, el espectáculo lujoso -la Ética gasta en ciertos seres un verdadero lujo- de una vida apostólica, tan llana en las maneras como subida en el rigor.

Gabriela Mistral


Victoria Kent Siano (Málaga, 3 de marzo de 1898 - Washington, 22 de septiembre de 1987), abogada y política republicana española.
Nació en Málaga, probablemente el 3 de marzo de 1898, aunque hay discrepancias documentales sobre la fecha. Ella misma cambió su fecha de nacimiento por las de 1897 y 1889 en distintos documentos fechados a partir de su llegada a Madrid (1917). Otras fuentes la sitúan en 1898. Entre las razones de ello se aducen exigencias de tipo académico o incluso coquetería. Su padre, José Kent Román, fue un comerciante de tejidos, y su madre, María Siano González, ama de casa. Vivió en Málaga hasta 1917, año en que marchó a Madrid a estudiar el bachillerato en el instituto Cardenal Cisneros, apoyada por su madre y por los contactos que había trabado su padre. A su llegada a la capital se instala en la Residencia de Señoritas. En 1920 ingresa en la facultad de Derecho de la Universidad Central (actual Universidad Complutense de Madrid), donde cursa la carrera como alumna no oficial hasta su licenciatura en junio de 1924. Se colegia en enero de 1925 y, aunque no tenía demasiado interés en ejercer la profesión ante los tribunales, no tardó en tener su primera intervención como abogada defensora. Se hizo famosa en 1930 defendiendo ante el Tribunal Supremo de Guerra y Marina a Álvaro de Albornoz, miembro del Comité Revolucionario Republicano, detenido y procesado junto con los que después formaron el Gobierno provisional de la República, a raíz de la Sublevación de Jaca de diciembre de 1930. Fue la primera mujer en el mundo en intervenir ante un consejo de guerra, consiguiendo la absolución de su defendido. Afiliada al Partido Radical Socialista, fue elegida en 1931 diputada de las Cortes Constituyentes por Madrid. En las elecciones del 16 de febrero de 1936, Victoria Kent fue elegida diputada por Madrid, en las listas de Izquierda Republicana, que formaba parte del Frente Popular.
Con motivo de las discusiones para conseguir el sufragio femenino, se posicionó en contra de otorgar de forma inmediata el voto a las mujeres. Su opinión era que la mujer española carecía en aquel momento de la suficiente preparación social y política como para votar responsablemente, por lo que, por influencia de la Iglesia, su voto sería conservador, lo que perjudicaría a los partidos de izquierdas. Sostuvo una polémica al respecto con otra representante feminista en las cortes, Clara Campoamor. Esto le acarreó cierta impopularidad, no obteniendo acta de diputada en las elecciones del 19 de noviembre de 1933. Al año siguiente abandonó la Dirección General de Prisiones. Durante la guerra civil se hizo cargo de la creación de refugios para niños y de las guarderías infantiles. El gobierno de la República la envió a Francia como Primera Secretaria de la embajada republicana en París, para que se encargara de las evacuaciones de los niños. Permaneció en Francia hasta el final de la guerra, a cuyo término colaboró en la salida de los refugiados españoles hacia América. Sin embargo, no pudo seguir el mismo camino y fue sorprendida por la invasión nazi. Al ser ocupada París por la Wehrmacht el 14 de junio de 1940, Victoria Kent se refugió en la embajada mexicana, donde permaneció refugiada durante un año, al estar su nombre en la lista negra entregada por la policía de la dictadura militar franquista al gobierno colaboracionista de Vichy, la Cruz Roja le proporcionó un apartamento cerca del Bois de Boulogne, donde vivió hasta la liberación con una identidad falsa: la de madame Duval. En este tiempo en la capital francesa escribió «Cuatro años en París», novela autobiográfica narrada en tercera persona cuyo protagonista, Plácido, es un alter ego de la autora. En 1948 se marchó a México, donde dio clases de Derecho Penal en la Universidad, fundando la Escuela de Capacitación para el Personal de Prisiones, de la que fue directora durante dos años. Llamada por la ONU, en 1949 viajó a Nueva York para colaborar en la Sección de Defensa Social, con el encargo de estudiar el lamentable estado de las cárceles de Iberoamérica, cargo que abandonó poco después por ser excesivamente burocrático. En Nueva York fundó y dirigió la revista Ibérica desde 1954 a 1974, en la que publicaba las noticias llegadas desde España para los exiliados republicanos en Estados Unidos. Aunque viajó a España en 1977, volvió a Nueva York, donde pasó el resto de sus días hasta su muerte en 1987.



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