El cine nacional está en uno de los momentos más prolíficos de su historia.
Y, aunque muchos directores se interesan por adaptar material literario a la
pantalla, hay novelas de mucho valor que están perdidas en los anaqueles. Aquí
recordamos diez que merecen atención.
Hijo de ladrón
Partimos haciendo trampa. Esta novela de Manuel Rojas no es un libro
olvidado. Pero es uno de esos textos que se mencionan mucho y se leen menos, un
monumento de la cultura nacional condenado al programa escolar o a la buena
voluntad de unos cuantos lectores esforzados. También es un drama gigante, que
abarca Chile, Argentina, décadas y cientos de kilómetros, que elabora un
impactante fresco social y que se mueve por ambientes de crimen, pobreza y
soledad con un brío que incluso hoy aparece como recién salido del horno. No
sólo es gran material para el cine, también no cuesta imaginarlo como fuente de
una serie estilo Boardwalk Empire.
El socio
De vuelta en librerías hace poco gracias a Ediciones UDP, esta absoluta
obra maestra del fallecido Jenaro Prieto es uno de esos hoyos negros que la
literatura chilena produce cada cien años, la clase de novela breve que entrega
sus vericuetos de a poco y en sucesivas relecturas. Es un thriller psicológico
sobre un hombre cuya vida es arrasada por un socio ficticio que se inventa para
hacer negocios. Pero también es una sátira de clase y arribismo que se ríe de
la vieja obsesión nacional por exhibir un origen primermundista. Y encima de
todo, hacia sus últimas páginas deriva a un terror paranoico digno de las
mejores películas de Polanski. El dato curioso es que de hecho ya existe una
adaptación del libro: se trata de una horrible comedia norteamericana de 1996
protagonizada por Whoopi Goldberg y ambientada en Wall Street. Que un chileno
filmara El socio sería no sólo una gran idea sino un acto de reparación
cultural.
El loco Estero
Chile ha triunfado sobre la Confederación Perú-Boliviana y Diego Portales
controla con puño de hierro la vida política de Santiago, incluyendo a
disidentes como Julián Estero, un ex militar a quien su propia hermana ha
encerrado en la casa familiar acusándolo de estar demente. Esta novela de Blest
Gana (harto más oscura y tortuosa que esa fantasía de arribista provinciano que
es Martín Rivas) es la madre no reconocida de muchas nobles teleseries
chilenas. Pero su lugar tiene que ser la pantalla grande, donde luciría su
estupenda mezcla de miseria humana y humor de fonda.
Algué
José Santos González Vera se tomó a pecho eso de “pinta tu aldea y serás
universal” y escribió este libro que algunos etiquetan como novela, aunque en
realidad es un conjunto de vistazos, descripciones y fotografías verbales de un
pueblo muerto en medio de la nada. Y por alguna razón, lo que debería producir
un latazo de proporciones, se vuelve hipnótico: el ritmo de las siestas, los
ruidos de la madera de las casas bajo el sol del verano, los pasos de un niño
jugando en una calle vacía. González Vera construyó aquí un universo de
bolsillo que está hecho de percepciones atrapadas en un eterno presente. Y ese
material debería llegar al cine, no a caballo de una “historia” forzada por un
guionista, sino en su forma original: una evocación de tiempos muertos que a
ratos define algo que podríamos llamar la nación.
Mi camarada padre
Baltazar Castro habla de la vida de los mineros de Sewell. Y lo hace en un
lenguaje sencillo, incluso tosco, que no alcanza a distraer de la historia que
está contando, que es antes que nada la relación de un hombre con su padre. Y
es un padre que le enseña no sólo el oficio, sino también una manera de ver el
mundo y de conservar dignidad en una clase obrera vapuleada a niveles que hoy
resultan inconcebibles. Por supuesto que tiene un desenlace cruel con
militares, represión e injusticia legalizada. Y por supuesto que ese desenlace
incluye uno de los finales más tristes de la literatura chilena.
El crimen de la calle Bambi
De todas las narraciones locales que podrían inspirar filmes de animación,
esta es la mejor. Nap es un bulldog, Moisés es un perro salchicha y los dos son
los detectives estrella de Animalandia, un lugar muy similar al Chile de los
60, pero donde sólo viven animales. A su estudio llega a pedir auxilio el
político más importante del país, quien termina muerto misteriosamente bajo las
narices de los héroes. Hernán del Solar (quien también escribió ese otro gran
clásico infantil que es Mac, el microbio desconocido) usa los arquetipos de
Holmes y Watson para darle vida a una historia que tiene peripecias, misterio,
vueltas de tuerca y varios chistes a costa del imperio Disney.
Confieso que he vivido
Cuando postulamos a este libro de memorias de Neruda como potencial fuente
de una película, no estamos pensando en todo el conjunto. Habría que desechar
las partes aburridas, que son -en síntesis- todo lo que sucede después de que
Neruda publica su primer libro. Lo que dejaríamos sería el maravilloso inicio,
donde relata su infancia en pueblos chicos, su relación con la madre y su paso
por colegios de provincia. La idea sería terminar con la imagen de Neftalí
Reyes emigrando a Santiago para iniciar la adultez, en un estilo muy similar a
lo que fuera el final de Mi vida como hijo.
Alsino
En 1920, cuando faltaban décadas para que los guionistas de la editorial
norteamericana Marvel crearan el concepto de los jóvenes mutantes, un chileno
llamado Pedro Prado escribió un libro que es, en esencia, la historia de un
X-Men. Alsino es un niño campesino pobre como rata, que un día se cae de un
árbol y desarrolla una joroba de la que todos se burlan. Pero la joroba esconde
un par de alas y entonces Alsino se convierte primero en un semidiós, luego en
un perseguido y más tarde en un fenómeno de feria. Se han buscado todo tipo de
lecturas simbólicas respecto al personaje, pero sigue siendo antes que nada una
estupenda historia fantástica. Miguel Littin la adaptó en 1982 trasladando la
acción a la Nicaragua de Somoza, pero ya vendría siendo hora de que esta fuera
la fuente del primer filme chileno de superhéroes.
Y corría el billete
Escrita en 1971 en plena ebullición de la Unidad Popular, esta novela corta
de Guillermo Atías es una extraña fusión de tragedia de barrios bajos y seudo
novela negra. Su historia es la intriga que urden los dueños de una empresa
textil estatizada para sabotear la producción y hacerle olas al gobierno. Y ese
evento -pequeño, miserable- se vuelve el centro de una vorágine que sucede en
menos de una semana, donde hay un traidor, hay gente comprada, sindicatos
infiltrados y un lenguaje veloz que recoge el coa de una época de conspiración
y esperanzas truncas. En su tiempo dijeron que era nada más que un panfleto
escrito a la rápida con olor a denuncia. La distancia le ha convertido en una
pieza histórica que no tiene nada de la buena voluntad o la temperancia
aguachenta de libros posteriores sobre el período. Aquí hay sangre, rabia,
confusión y un país partido en dos donde la gente se entiende con insultos y
palos.
Llampo de sangre
Otra gran novela chilena apaleada por la suerte de caer en la categoría de
lecturas complementarias. Su autor, el poeta y narrador Oscar Castro, murió
antes de verla publicada. Y tampoco alcanzó a ver la única adaptación que se ha
hecho del libro hasta ahora, dirigida por Henry Vico en 1954. La historia es un
relato coral sobre mineros, cateadores y empresarios conectados con El Encanto,
una mina de oro cuya leyenda viene de tiempos previos a la Conquista. El genio
de Castro radica en cruzar el factor social con elementos míticos que incluyen
apariciones, brujos y tradiciones funerarias más cercanas a la cultura indígena
que a la religión cristiana. Además tiene un héroe juvenil cuyo momento de
gloria dentro de la mina -hacia el final del libro- debe ser uno de los grandes
hitos épicos de la literatura nacional.
La mayoría del cine de ficción chileno se alimenta de guiones originales.
Lo que es muy entendible, ya que inventar una historia desde cero permite
controlar factores tan veleidosos como el presupuesto, el casting y las
locaciones de rodaje. Una adaptación -sobre todo de época- pone en juego un
riesgo financiero que es más propio de industrias de tamaños y costos que
todavía están lejos de la realidad local.
Pero
¿es malo soñar con una versión cinematográfica de alguna de esas novelas que
duermen el sueño de los justos en los mesones del Persa o en las librerías de
viejos de las Torres de Tajamar? Aquí proponemos diez firmes candidatas. Son
libros poco mencionados, algo perdidos y definitivamente dignos de llegar al
cine.
por Daniel Villalobos
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