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viernes, 25 de enero de 2019

Gabriela Mistral, homenaje a José Martí


Octubre, de 1930

La imitación cubre en América la época anterior y la posterior a Martí: cien años de calco romántico y cincuenta de furor modernista son los cortes en que aparece dividido nuestro suelo literario. Tenemos que confesar que la imitación aparece en nosotros más que como un gesto como una naturaleza; nuestra piel toda poros es lo mejor y lo peor que nos ha tocado en suerte y a causa de ella vivimos a merced de la atmósfera.
Por esto, la originalidad adquiere en Indoamérica el aspecto de un asa salvadora de nuestro decoro y el escritor sin préstamo o con un mínimum de préstamos vale por el golpe seco de una afirmación.
El fenómeno del escritor que procede de sí mismo aunque haya vivido en la corte de los maestros, oyéndolos hablar y recitándolos sin estropeo del acento propio, significa en nuestros pueblos un hecho digno de ser hurgado para exprimirle el ejemplo.
Aseguran algunos que la cultura es el enemigo por excelencia de la originalidad, y el juicio trasciende a Juan Jacobo en su simplismo. Pero el Adán literario, sobre el cual nadie ha puesto la mano, ya no existe a estas alturas del tiempo. Se produce todavía, a Dios gracias, cierta originalidad mantenida, sostenida debajo del peso enorme de una cultura literaria; el hecho se produce aún resulta bellamente heroico y remece todo el ambiente.
La primera, la segunda y la última impresión de Martí es la de una voz autónoma levantándose desde un coro de voces repetidoras. Veremos a Martí marcar varonía en cada paso de su vida de hombre; pero desde que comienza su carrera literaria varón será también en esta naturaleza antimitativa, o sea, antifemenino.

¿En qué consiste la originalidad de Martí? Las mujeres no sabemos explicar nada en bloque y sólo tenemos una habilidad de encajaras, es decir, detallista. Parece que la originalidad esencial de Martí arranque de una vitalidad tropical. Si la imitación se explica como la cargazón de muchas atmósferas sobre el cuerpo que no las resiste, la originalidad sería la robustez brava de un airoso que puede con ellas, se ríe del eso y corre con él sobre el lomo.
Martí es muy vital y tal vez su robustez sea la causa de su independencia. Comió del tuétano de buey de los clásicos; nadie puede decirle lo que a otros, que se quedase ayuno del alimento formador de la entraña: él se conoció sus griegos y sus romanos y fue también el buen lector que pasa por los setenta rodillos de la colección Rivadeneira sin volverse papilla y caldo.
Guardó a España la verdadera lealtad que le debemos, la de la lengua, y ahora que los ojos peninsulares pueden mirar a un antillano sin tener atravesada la pajuela de la independencia, ya podrán desde Madrid decir leal al insurrecto, porque conservó una fidelidad más difícil de dar que la política: ésta de la expresión. Tanto estimó a los padres de la lengua que a veces toma en cuenta a los segundones y tercerones de ella.
Pero más apegado que a clásicos enteros y a los semiclásicos se le ve abrazado a los escritores modernos de Francia y de Inglaterra, cosa muy natural en hombre que tenía su tiempo presente y vivía registrándolo día a día. La dominación de los modernos sobre él parece que sea simpatía hacia sus ideas más que apego a las esencias de los idiomas extraños. "La lengua vieja, las ideas nuevas", diría él.
Gran sensato, Martí no tuvo la ocurrencia de otros, de admirarle a Cicerón la letra y la ideología, y de creer que Homero y Virgilio obligan al descontento de la época y a una nostalgia llorona de tal o cual César. Él tiene encargos que cumplir, trabajos que hacer en la carne de su tiempo, y se siente ligado a las almas francesas, norteamericanas e inglesas por el parentesco que crea una época común.
Ahora, sabiendo que la originalidad de Martí ha sufrido la prueba de los magisterios naturales, veamos por averiguar en qué consiste ella misma. Parece ser que esté hecha de tono, de vocabulario y de sintaxis propios.
Los escritores de estilo novedoso no siempre son diferenciados en cuanto al tono; pero los realmente personales, traen siempre un acento particular. En la literatura española, por ejemplo, Calderón tiene un estilo, pero en Santa Teresa hay un tono; en la francesa, Montaigne tiene más dejo galo que el propio Racine. Martí salta a nuestros ojos con el cuerpo entero de un estilo, pero lo mejor de gozarle, para mí, son los imponderables del tono criollo que se le deslizan por las hendijas del tronco castizo.

Acordémonos de que este hombre fue orador nato, para estimarle suficientemente la maravilla de la naturalidad. La oratoria carga con una cadena de fatalidades. El orador comienza siendo el recitador que se regodea en un vasto espacio y delante de una masa. Lo primero lo echa a gritar, y la mucha carne escuchadora lo tienta a hacerle concesiones, a darle halagos. La voz tonante de una parte, y de otra el apetito de convencer, le sacan los gestos violentos, y las dos calamidades de berreo y gesticulación, lo echan de bruces en el extremismo del vocabulario. Así, se va trenzando una cadena de fatalidades.
Yo no tengo amigos oradores y no he podido recibir su confesión; pero se me ocurre que el escritor honrado debe detestar sus discursos cuando palpa allí una máquina montada con piezas de mentira, la cual se emplea para convencer... de la verdad. En los mejores la oratoria se resuelve en una forma didáctica, o en el desfogamiento de un lirismo impotente que no llegó al poema.
Anotemos en Martí el que siendo el orador honrado dentro de un gremio fraudulento, no se aparte de las líneas clásicas dentro del género; si abrimos un texto de retórica, veremos que Martí cumple con toda la ley y la costumbre como un buen hijo acatador de la tradición.
Pero el fenómeno del Martí orador consiste en que, manejando un género de falsas virtudes, lo servirá con virtudes verdaderas. Mientras el demagogo simula su indignación y lanza desde el tabladillo sus llamitas pintadas, Martí está ardiendo de veras; mientras el mero arengador sube la cuesta del período en una hazaña de gimnasta sólo para hincar la pica del remate, él trepa el período temblando de cólera o de fe indudables; mientras el embusterillo lanza en frío sus metáforas. Martí las desmorona vivas desde su boca escocida por ellas. Con todo lo cual vuelve espectáculo natural una cosa que los demás aderezan, y en su imprecación verídica, se da en pasto a su gente sin ahorro alguno del alma.
Yo llegué tarde a su fiesta y una de las pérdidas de este mundo será siempre la de no haber escuchado a Martí. Amigos suyos me han hablado de su voz, pero en esto cualquier información se queda manca. Debe haber tenido "gracia de voz", si creemos a los yoghis que las vísceras mansas hacen dulce la voz. Me acuerdo siempre de Emerson en su elogio de la voz grata, y como él desconfió de los acentos pedregosos o broncos: piedras llevan... Y en cuanto al ademán, el tribuno educador debe haberío tenido como aquellos efusivos que por pudor gesticulan con un suave ímpetu.
No le conocimos acento ni mímica, pero lo demás nos ha quedado, a Dios gracias, en el cuerpo de los discursos. Y qué noble anatomía la de su oración cívica o militante que nos va a mostrar sus miembros extendidos de atleta en la mesa de las mediciones.
El período copioso se nos había hecho antipático en los seudocervantistas, porque sabemos que la sintaxis es cosa funcional y arranca desde adentro o nace muerta. Puede resultar que, como la sangre abundante, el período logre ser ligero en ciertos sanguíneos ágiles, pero lo común en nosotros, gente de lengua colonial, es que no salte con borbotón espontáneo sino que él sea sobre el papel como las manufacturas resobadas.
En Martí no fatiga el período a fuerza de estar vivo de cabeza a pies. A los prosistas mediocres, incapaces de fundir los materiales de la oración como el volcán los suyos, dan ganas de pedirles que truequen el acápite español por la sintaxis sumaria del francés, que queda al alcance de sus fuerzas en una frase corta y portátil. Esta cláusula tiene a lo menos lástima de nuestro aliento y cortesía de la oreja tendida, mientras que el continente verbal pide titán y las manos comunes no tienen nada de prometeicas.

Vamos hacia otra hazaña más difícil de lograr todavía: el trascendentalismo exento de declamación.
El orador de aquella época era, por contagio de Víctor Hugo y de Quintana, trascendentalista y enfático. Estos profetas sin santidad suelen ser sinceros, pero lo común es que simulen el arrebato y el trance. Los amigos del patético y del sobrenatural no son muchos y sus adversarios, al no entenderlos, prefieren llamarlos farsantes. Por eso la popularidad del romanticismo a mí me desconcierta. ¿Cómo se las arreglaron aquellos romanticones para embarcar en su nave a nuestros abuelos? Tal vez algunos hallaron gran clientela precisamente por ser almas de drama real, pero lo más sólo serían gente que representaba bien su comedia.
A nuestro Martí no lo pondremos bajo el pabellón absoluto del romanticismo trascendentalista. Tal vez podamos afiliarlo en la banda pero bajo unos subtítulos restrictivos, porque este hombre se mueve en un turno de grandeza y cotidianeidad. Pensemos, aunque parezca absurdo, en un Víctor Hugo corregido de su trompetería por un trato diario del Montaigne doméstico; él vivió haciendo este peregrino zigzagueo. Suelta una alegoría que relampaguea, y sigue con una frase de buena mujer, cuando no de niño; hace una cláusula ciceroniana y la neutraliza con un decir de todos los días; abaja constantemente los vocablos suntuosos allegándoles un adjetivo de lindo sabor popular. Tal vez leía su Biblia saltando de un profeta a un evangelista, de Ezequiel a Lucas, o bien iba y venía de San Juan el Divino al San Pedro pescador.
Cuando ustedes lo llaman Arcángel, se acuerdan de Miguel y su espada pinchadora del dragón; pero él contiene también a Rafael, arcángel transeúnte, que caminando con Tobías le escondió hasta el final su condición alada. Esta conjugación de lo arcangélico militante con lo arcangélico misericordioso nos valga para símbolo del martianismo.
El arcangelismo de Miguel tiene grandes riesgos por que se resuelve en una función de fuego y de hierro más exterminadora que redentora. En el Arcángel hostigador del Diablo eso está bien, ya que la finalidad es matar el dragón; pero en las turbas humanas la operación resulta peligrosísima. El combatiente acaba entero en espada, va reduciendo su cuerpo a vaina y por último a filo. Celebremos, pues, este raro arcangelismo español que hace correr a lo largo de la espada un constante aceite de piedad.

Examinada así, en bruto, la originalidad del tono de Martí, pasemos a la del vocabulario, que, como se sabe, cuenta entre los más ricos de nuestra literatura.
Martí posee el castellano, tanto en el aspecto de la intensidad, como en el de la extensión, colocándose así, al lado de Juan Montalvo en el millonarismo de vocablos. Montalvo manejó, es cierto, mayor cantidad de voces; pero hay entre ambos vocabularios una diferencia grande de calor, de color y de sabor. La lengua rica de Montalvo le viene de una frecuentación visible - demasiado confesa - del Diccionario. (Yo suelo recomendar a mis alumnas que se lo lean, en un ejercicio que les ahorrará en buena parte el librote tremendo.) Agradecemos a Montalvo el mérito de su acumulación de Creso, pero marcamos bien la diferencia que corre entre estas dos riquezas. Montalvo trabajó primero en su Ecuador, después en Francia, en ausencia amarga del idioma pleno, ya que en su país lo indígena triplica lo español y que en Francia vivió la dieta del idioma. Así se entiende el que se doblase veinte años sobre el Diccionario pidiendo al mamotreto frígido el calor que el ambiente no daba ni prestaba.
Martí, por el contrario, vivió las edades formativas - infancia y adolescencia - sumergido en un español casticísimo, hablado por la burguesía y en uno acidulado y pimentado que era y es hasta hoy el del pueblo cubano. Cuando salió al destierro, llevaba, seguro como las entrañas que no nos dejan, la lengua completa chupada en veinte años de su Isla.
Me señalaba el chileno Díaz Arrieta, que el español escrito en América confiesa una pobreza vergonzosa y sobre todo un gran desabrimiento, y mi amigo tiene razón (las Catilinarias y los artículos de polémica se salvan a causa de ser una escritura de guerrilla). Los pueblos no antillanos somos hijos del injerto verbal, es decir, de una aventura, lo que trae consigo riesgo, algunas posibilidades de superación y muchas de degeneración. Pero a la Isla de Cuba le cayó en suerte el ser ella un desgajamiento directo de la Península echado al mar; el nacer prima hermana de las Canarias, es decir, el haber sido y seguir siendo una España insular.
Naturalmente, un verdadero vital no se conforma con el idioma que recibe, porque cualquier naturaleza rica se pone a crear sus órganos, rebasa los medios recibidos y echa de sí los que le faltan.
Antes de Rubén Darío, Martí se había puesto a la invención de vocablos y aquél le reconoció el mayorazgo. Me gustan más los que salieron de la mano de Martí que los venidos de Rubén Darío. Todos lo sabemos y se puede decirlo sin mengua para el nicaragüense que en su uso del galicismo había tanta necesidad de fineza como alarde de cosmopolitismo o de mucho ingenio.
Martí crea sus pocos neologismos como un lingüista profesional, guardando todo respeto a la tradición en los derivados e inventa por necesidad verdadera, por el hambre de expresividad que había en él.
El vocabulario martiano no será nunca extravagante, pirotécnico ni snob, pero será novedoso hasta volverse inconfundible. El verbo, más que el mismo adjetivo, él lo busca a la medida de su necesidad. Son verbos activísimos; él dice "desjarretar", "sajar", "chupar", "pechar". Sus adjetivos son, en la prosa, táctiles y embadurnados de color y yo pienso que nadie entre nosotros llevó más lejos la ceñidura del apelativo a la cosa. En su complacencia de grafismo, movimiento, intensidad, dice "tajadas", "carneada", "fundida", "volcada", "regada", etc. Trabaja con epítetos extremosos y aunque los administre de más en la oración no se le engrasa y le salta viva como el lazo venteado del gaucho.

Vamos a la vitalidad tropical. Muchos miran el Trópico como un bochorno que descoyunta y acaba su criatura. Como yo siento algo de eso cuando vivo en él, no niego el hecho, pues, aunque admire y ame el trópico, pruebo en mi cuerpo la perfidia suave, la succión blanda.
Tan perfecto me parece, sin embargo, como una medida cabal de la riqueza terrestre, como el cubo de Dios, que siempre rebosa, y tan noble lo veo en su generosidad, que en vez de tacharle el calor genesíaco, prefiero creer que no podemos con él por una penuria corporal de mestizos flacos. El que no podarnos mirar esta luz sin pestañeo y el que no alcancemos estos pulsos fuertes culpa nuestra es.
Cuando me encuentro un hombre semejante a Martí o a Bolívar, que en su Trópico, de treinta años, no se descoyunta y se mueve en él lo mismo que el esquimal en la nieve, trabajando sin agobio y rindiendo la misma cantidad de energía que el hombre de climas medios, vuelvo a pensar que lo elefantiásico y monstruoso del Ecuador no existe. José Martí cayó en el Trópico como en su molde cabal; él no rezongó nunca contra la latitud porque no se habla mal del guante que viene a la mano.
Hay una inquina especial de las tierras frías contra el Trópico que pudiese ser la del sietemesino contra el niño de nueve meses. Una de las manifestaciones de ella se nota en lo peyorativo de los vocablos "tropicalismo" y "tropical" cuando los usa la crítica literaria. Los dos se han vuelto motes de injuria y liquidan a un escritor. Es necia su aplicación al bloque de los que viven entre Cáncer y Capricornio, pues difieren entre ellos, tanto como planta y animal. No hay razón para que un autor tropical haya de ser necesariamente malo sin más razón que la del termómetro. Pero la comicidad del asunto reside en que el trópico americano no ha dado verdaderos tropicales, excepto uno, óptimo, este Martí que es el único a quien conviene el rubro, y uno malo, nuestro Vargas Vila... que vivió cuarenta años en Europa.
Pedro Henríquez Ureña, al que debemos muchas definiciones del hecho americano, se encargó de enderezar el vocablo torcido. Él prueba que nosotros llamamos "tropicales" los estilos superabundantes y empalagosos de los subrománticos franceses hospedados aquí por escritores más segundones aún. El clima nada tiene que hacer con el pecado, y para no citar sino un caso, cerca de aquí nació y pasó la infancia esencial un poeta no dañado por la calentura del Caribe: en la Martinica vivió años Francis Jammes.
Al revés de cuanto se ha dicho, la soberana belleza tropical de América se quedó al margen de nuestra literatura, sin influencia verdadera sobre el escritor y como rebanada de él. Ojos, oreja y piel se los hemos regalado a Europa: paisaje, europeo, desabrido y neutro, es lo que se encuentra en nosotros los criollos. Antes y después de José Martí ninguno se había revolcado en lo fogoso y en lo capitoso de estos suelos.
Hay que llamar al cubano "hombre leal" por muchos capítulos, pero, principalmente, por haber llevado el resuello de su tierra y haber vaciado la cornucopia de una geografía a lo largo de toda su obra, en la expresión hablada y en la escrita.
¿Qué hace el Trópico en la obra de nuestro Martí, el único que lo representa?
En primer lugar una calidez gobernada o suelta corre por su prosa en un clima de efusión; marca sus arengas, los discursos académicos, los artículos de periódico y las simples cartas. Yo digo calidez y no digo fiebre. Tengo por ahí pespunteada una vaga teoría de los temperamentos de nuestros hombres: los que se quedan en el fuego puro y se secan y se resquebrajan, y los que viven del fuego y del agua, es decir, de un calor húmedo y se libran del resecamiento y la muerte. Martí fue de éstos. A él lo asiste siempre la brasa confortante o un rescoldo cordial. Si como pensaba Santa Teresa nuestro encargo es el de arder, y la tibieza repugna al Creador, el Diablo es uno que tirita; bien cumplió José Martí su encargo de vivir encendido y sin atizaduras artificiales. Él ardía abastecido del combustible de su temperamento cubano - español y también del Espíritu Santo que recorre su escritura en garabateo visible.
La segunda manifestación del Trópico en Martí, sería la abundancia. El Trópico es abundante por esencia y no por recargo de bandullos o períodos. El barroco fue inventado por arquitectos no tropicales, los cuales buscando ser magníficos cayeron en gordinflonerías y excrecencias.
Más claro se verá el hecho visto en el árbol coposo: él no es un abullonado, él es la fuerza llegando a sus topes. Hay que meter la mano en la masa de sus ramas para hallar grosuras; mirado, él es esbeltamente soberbio, nada más que eso.
En el tropicalismo de Martí, la abundancia es natural por venir de adentro, de los ríos de su savia interna. En cuanto a natural no es pesada, no carga ornamentos pegadizos; se lleva a sí misma sin pena, como los grandullones llevamos nuestra talla...
Además el criollo lector, congestionado de lectura, hervía de ideas, a revés de los que siguen una sola como regato en tierra pobre; el corazonazo caliente de emocional le subía a la garganta hasta en la charla corriente; el vocabulario pasmoso le entregaba a manos llenas la expresión justa y la más feliz. ¡Cómo no había de ser copioso! Lo hicieron en grande y no hay por qué una criatura ubérrima dé la espalda a su haber y se fuerce a regímenes de arroz. Corríjasele la abundancia y Martí se nos disuelve. Que los demás escritores ecuatoriales vivan sin conmoverse delante de su gracia, negocio de ellos es, mal negocio de distracción o de renegamiento; pero dejemos que este respondedor describa su aposento geográfico que es su mesa de vivir y su lecho de morir.

Otra manifestación del tropicalismo martiano es la lengua espejeante de imágenes, el desatado lujo metafórico.
Dicen que en la naturaleza tropical fauna y flora están supeditadas al ornato y por eso resultan más hermosas que productivas; dicen que son blandas y fofas sus criaturas y que su belleza engaña como la gesticulación ampulosa y buera. La verdad es que la naturaleza, que en otras partes cumple su obligación de alimentar, aquí se da el gusto de servir deslumbrando. El árbol de la goma, el cocotero, el mismo plátano llevan vitalidad suficiente para dar mucho y les quedan todavía jugos para follajes superlativos. No sé qué hay de propietario, de asalariado en la naturaleza europea donde el sembradío se ciñe a la utilidad y no le sobra nada para fantasía y locura. El Trópico nuestro se parece a Hércules, que era servicial y magnífico en una sola pieza, vale decir, hazaña.
Pasemos esta misma generosidad a la naturaleza de Martí: Él es un divulgador de ideas, pero como la savia le alcanza, él las echará a rodar en torrente de símiles. Por otra parte, no es cosa de olvidar que él es sobre todo un poeta, que puesto en el mundo en una hora de dura necesidad, aceptó ser conductor de hombres, gacetillero, profesor, etc., pero que de nacer en una Cuba adulta y sin urgencias, se hubiese quedado en el hombre de canto mayor y menor, de canto absoluto.
Como el árbol tropical que gasta mucho en la periferia florida y que engaña con que descuida el rigor del tronco, así engaña la prosa de Martí, y ha hecho decir a algún atarantado que su prosa no es sino casullas de ropería arzobispal.
Suntuoso, es cierto, a la manera de los reyes completos que dictaban legislación, religión, costumbre y poesía, que siendo sacerdotes no descuidaron el espejo justo de trono y vestimenta y hasta solían corregir a sus costureros e inventar danzas.
También aquí está el hombre construido en grande, que no quiere constreñirse ni mutilarse de nada y hace brazada con las cosas buenas de este mundo, hombre antiasceta (aunque cuidase mucho de su decoro) por hallarse cerca de la naturaleza que se burla de las penitencias.
Al lado de la extraordinaria sintaxis de Martí, está como otro pilar de su maestría, la metáfora espléndida. La tiene impensada y no extravagante, original y no estrambótica; la tiene virgínea Y siempre nueva, sin caer por reincidencia en la misma o en la semejante; "imaginífero" - D’Annunzio se llamaba así a sí mismo - cuyo stock no se vaciaba nunca.
La sabida frase del hombre que piensa en imágenes, conviene a Martí como a ninguno de nosotros. Hay que caer sobre algunas páginas del Asia, en las cuales la poesía se traduce en una pura reverberación alegórica, para encontrar algo semejante a su escritura. Pero la diferencia con el lirismo asiático está en que, mientras aquél cae al atollamiento de flores y gemas, Martí nos hace siempre sentir el hueso del pensamiento bajo la floración.
La metáfora cerebral y de química esotérica de los que han venido después, no era la suya; el corazón fogoso y fogueado era su proveedor de metáforas; así la tiene de espontánea y de cándida lo mismo en lo tierno que en lo colérico.
Dicen que el estudio de un poeta lo dan sus metáforas por sí solas. El método es habilidoso, pero se nos quedarían afuera los buenos poetas ralos y hasta los ayunos de símil, que los hay. Para Martí el procedimiento resultará excelente. En su montaña de metáforas se puede descomponer su alma entera.
La última manifestación de tropicalismo que anotaremos en nuestro hombre es la generosidad que le viene, en parte, de su riqueza misma. El temperamento criollo rebosa de liberalidades; él se derrama en hospitalidad y dispendios. Nosotros no somos pueblos de vísceras resecas, arca vigilada ni alarmas de vieja despensera. Este sol que en vez de asistir solamente a la creación, la inunda y la agobia, nos ha criado en una pedagogía derrochadora. Estamos llenos de injusticias sociales, pero ellas derivan más de una organización torpe que de una sordidez congénita; andamos buscando un abastecimiento racional de nuestros pueblos y cuando lo hayamos encontrado, los sistemas económicos de la América serán mucho más humanos que los europeos.
Todo lo quiere para su gente Martí: libertad primero, cultura y bienestar en seguida. Y como su estilo forma el aspa visible de su rueda oculta, las liberalidades de Martí se traducen en su lengua por una desenvoltura de señor acostumbrado a poseer y a dar. Voltéese en la mano el estilo de los egoistones y se les sentirá la reticencia en la sequedad y el temblorcito de la avaricia en la indigencia de la frase.

La averiguación de la lengua se me ha resbalado hacia el hombre, al cual yo no iba a comentar porque la crítica literaria moderna está empeñada en deslindar obra e individuo y reducirse a la escritura a secas.
Hay escritores con los cuales sobra la divulgación de persona y vida; hay otros que no pueden ser manejados sino en el bloque de escritura y carácter. Martí es de éstos y hasta tal punto que no sabemos bien si su escritura es su vida puesta en renglones, o si su vida es sólo su escritura enderezada. Además, es de aquellos que se hacen amar de tal modo que su devoto quiere saberlo todo de ellos, desde cómo rezaban hasta cómo dormían...
Es cierto que se puede hablar aquí de "un caso". ¿De dónde sale este hombre tan viril y tan tierno, por ejemplo, cuando en nuestra raza el viril se endurece y se brutaliza; ¿Y de dónde viene este hombre, según la teología, trayendo de veras en su ser el trío de "memoria, inteligencia y voluntad"? ¿De dónde nos llega esta criatura, en la cual los hombres hallan la varonía meridiana, la mujer su condición de misericordia y el niño su frescura y su puerilidad? ¿De dónde sale en raza de probidades dudosas este varón que no da de sí una borra de logro, y no acepta condescender con la corrupción?
Veremos por contestar, y si erramos la intención nos valga. El viril nos viene de la sangre catalana, que es fuerte y activa, muy diversa su acción a la de Castilla, correa de cuero de la historia, y terror de pueblos flacos. El tierno le viene del limo y del ambiente antillanos donde la piel del toro español se suavizó hasta volverse una badana dulce. A menos que sea el negro y no el clima el autor de esta blandura inédita en la prole del Cid aliviada de calentura por el mar. En Cuba, que produce la caña mansa y el tabaco piadoso, se da fácilmente el hombre benévolo y no es raro que saltase de aquí la cifra humana que llamamos, "José Martí, el bueno".
Martí fue, además, el hombre maduro, en el cual se retarda la infancia y de otro lado se anticipa la vejez; hombre cenital que goza desde un punto mágico las dos mitades del cielo. Por eso se abre en pulpas humanas por donde se le toque Y por eso sabe tanto del negocio de vivir, de padecer, de caer y de levantarse. A criatura tal los amigos querían contarle todo y a veces no le contaban nada porque él los adivinaba con sólo mirarles. Él serviría las funciones humanas mejores: la de consolar, la de corregir y la de organizar.
Muchas veces se ha aplicado en la historia la frase de "amigo de los hombres"; Martí se la ganó de vivo, y de muerto la retiene en la mano parada.
Es preciso alabar también al luchador sin odio. El mundo moderno anda alborotado con la novedad de Mahatma Gandhi, combatiente ayuno de furor. Pero el fenómeno de combatir sin aborrecer, apareció entre nosotros mucho antes en este "santo de pelea". Póngale encima si quieren, la lupa acusadora; mírenle las arengas, proclamas y cartas, y no saltará al ojo una sola peca de odio. Empujado a la cueva de las fieras, constreñido a buscar fusil y a echarse al campo, este hombre va a pelear sin malas artes, sin interjecciones feas, sin que se le pongan sanguinosos los lagrimales. Posiblemente hasta los luchadores de la Ilíada dejaron escapar en lo apretado del apuro algún "terno" que Homero se guarda. Martí pelea sobrenaturalmente, sintiendo detrás de sí la causa de la independencia cubana que le quema la espalda, y mirando delante el montón impersonal de los enemigos de la libertad que para él no tienen cara ni nombre personal.
Y aquí, mis amigos, Martí resulta sujeto sin amarras con la raza indo - española. Ella ha odiado mucho, ha puesto siglos de empeño en aborrecer de cabeza a pies y ha tomado el sobrehaz de la tierra como un campo patagónico de "carneada" Aunque la frase se nos tiña de cursilería, digamos que Martí vivió embriagado de amor humano, y tanto que sus entrañas no le dieron ni un grito de venganza.
Todo es agradecimiento en mi amor de Martí: gratitud hacia el escritor que es el maestro americano más ostensible de mi obra, y también agradecimiento del guía de hombres que la América produjo en una especie de Mea culpa por la hebra de guías bajísimos que hemos sufrido, que sufrimos y sufriremos todavía. Angustia siento yo, americana ausente, cuando me empino desde la tierra extraña a mirar hacia nuestros pueblos y diviso a mi gente atollada todavía en las viscosidades acuáticas de las componendas y en las malquerencias fronterizas que tijeretean el continente de todos lados.
Cuando los ausentes hacemos estas asomadas penosas al hecho americano, necesitamos acarrear de lejos a Bolívar para que nos apuntale la fe, y de menor distancia a Martí para que nos lave con su lejía las roñas de la criollidad. Él es para nosotros, los ansiosos, uno de esos raros refugios que se hallan en el bajío pantanoso Y al que se entra por comer y dormir allí, sin tocar pringue o lama.
Esa frente familiar a ustedes, nos tranquiliza con sus planos serenados; esos ojos de dulzura inmediata, a flor de la "niña", donde se chupa sin tener que ir al fondo como la abeja; ese mentón delgado que desensualiza la cabeza en su segundo extremo, repitiendo lo que la frente hizo en lo alto, nos consuelan de tanto semblante torcido o ácido que corre por la iconografía criolla. Hemisferios de agradecimiento son para mí la literatura y la vida de José Martí.

José Julián Martí y Pérez (La Habana, Cuba, 28 de enero de 1853   Dos Ríos, Cuba, 19 de mayo de 1895) fue un político, pensador, periodista, filósofo y poeta cubano, creador del Partido Revolucionario Cubano y organizador de la Guerra del 95 o Guerra Necesaria. Perteneció al movimiento literario del modernismo.

Su visión política incluía lo que hoy se conoce por latinoamericanismo. Además, su obra política y de propaganda muestra estas tres prioridades: la unidad de todos los cubanos como nación en el proyecto cívico republicano de postguerra; la terminación del dominio colonial español; y evitar una expansión estadounidense. Es casi unánime la información sobre su gran capacidad de trabajo y frugalidad, lo que, siendo evidente, junto a su palabra persuasiva, le valió reconocimiento por la mayoría de sus compatriotas. En el campo de la poesía sus obras más conocidas son Ismaelillo (1882), Versos sencillos (1891), Versos libres y Flores del destierro. Sus ensayos más populares son El presidio político en Cuba (1871) y Nuestra América (1891), cabe también destacar su obra epistolar, por lo general bien apreciada literaria y conceptualmente. Se incluye entre sus obras "La edad de oro. Publicación mensual de recreo e instrucción dedicada a los niños de América" de la cual fue redactor (Julio 1889). Fue precursor del modernismo, junto a Manuel González Prada (Perú), Rubén Darío (Nicaragua), Julián del Casal (Cuba), Manuel Gutiérrez Nájera (México), Manuel de Jesús Galván (República Dominicana), Enrique Gómez Carrillo (Guatemala), José Santos Chocano (Perú) y José Asunción Silva (Colombia), entre otros. Es todavía tema de debate entre los especialistas su importancia relativa en el modernismo.

José Martí no asume una posición antirreligiosa, sino que hace críticas a las religiones establecidas, por sus desviaciones, por el abandono en un momento de su desarrollo histórico de los principios que la originaron y de los fundamentos de la religiosidad.
"Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en él alimenta la virtud. Las injusticias humanas disgustan de ella; es necesario que la justicia celeste la garantice."
Habiendo recibido Martí una educación religiosa fue capaz de darse cuenta y profundizar en las diferencias estimadas por las distintas religiones, logró demostrar a través de su propia experiencia lo necesario de la conciencia, la razón y la voluntad, elementos que relaciona con claridad en la actuación del hombre en la vida, la que siempre concebía relacionada a la honradez, la justicia y los sentimientos humanos. Las convicciones religiosas las veía con agrado cuando estaban en defensa de los aspectos expresados anteriormente, todo lo que fomentara su limitación y desarrollo constituían un elemento de freno al pensamiento sano y creador del hombre.


Gabriela Mistral


 Biografía.-
 José Julián Martí y Pérez: Político y escritor cubano. Nacido en el seno de una familia española con pocos recursos económicos, a la edad de doce años José Martí empezó a estudiar en el colegio municipal que dirigía el poeta Rafael María de Mendive, quien se fijó en las cualidades intelectuales del muchacho y decidió dedicarse personalmente a su educación.
El joven Martí pronto se sintió atraído por las ideas revolucionarias de muchos cubanos, y tras el inicio de la guerra de los Diez Años y el encarcelamiento de su mentor, inició su actividad revolucionaria: publicó una gacetilla El Diablo Cojuelo, y poco después una revista, La Patria Libre, que contenía su poema "Abdalá".
A los diecisiete años José Martí fue condenado a seis de cárcel por su pertenencia a grupos independentistas. Realizó trabajos forzados en el penal hasta que su mal estado de salud le valió el indulto. Deportado a España, en este país publicó su primera obra de importancia, el drama Adúltera. Inició en Madrid estudios de derecho y se licenció en derecho y filosofía y letras por la Universidad de Zaragoza.
Durante sus años en España surgió en él un profundo afecto por el país, aunque nunca perdonó su política colonial. En su obra La República Española ante la Revolución Cubana reclamaba a la metrópoli que hiciera un acto de contrición y reconociese los errores cometidos en Cuba. Tras viajar durante tres años por Europa y América, José Martí acabó por instalarse en México.
Allí se casó con la cubana Carmen Sayes Bazán y, poco después, gracias a la paz de Zanjón, que daba por concluida la guerra de los Diez Años, se trasladó a Cuba. Deportado de nuevo por las autoridades cubanas, temerosas ante su pasado revolucionario, se afincó en Nueva York y se dedicó por completo a la actividad política y literaria.
Desde su residencia en el exilio, José Martí se afanó en la organización de un nuevo proceso revolucionario en Cuba, y en 1892 fundó el Partido Revolucionario Cubano y la revista Patria. Se convirtió entonces en el máximo adalid de la lucha por la independencia de su país.
Dos años más tarde, tras entrevistarse con el generalísimo Máximo Gómez, logró poner en marcha un proceso de independencia. Pese al embargo de sus barcos por parte de las autoridades estadounidenses, pudo partir al frente de un pequeño contingente hacia Cuba. Fue abatido por las tropas realistas cuando contaba cuarenta y dos años. Martí es, junto a Bolívar y San Martín, uno de los principales protagonistas del proceso de emancipación de Hispanoamérica.
La obra literaria de José Martí
Además de destacado ideólogo y político, José Martí fue uno de los más grandes poetas hispanoamericanos y la figura más destacada de la etapa de transición al modernismo, que en América supuso la llegada de nuevos ideales artísticos.
Como poeta se le conoce por Ismaelillo (1882), obra que puede considerarse un adelanto de los presupuestos modernistas por el dominio de la forma sobre el contenido; Versos libres (1878-1882), La edad de oro (1889) y Versos sencillos (1891), esta última decididamente modernista y en la que predominan los apuntes autobiográficos y el carácter popular. En A mis hermanos muertos el 27 de noviembre (1872), publicado durante su destierro en España, Martí dedica sus versos a los estudiantes muertos en una masacre acaecida en aquella fecha. Su única novela, Amistad funesta, también llamada Lucía Jérez y firmada con el pseudónimo de Adelaida Ral, fue publicada por entregas en el diario El latino-Americano entre mayo y septiembre de 1885; aunque en su argumento predomina el tema amoroso, en esta obra de final trágico también aparecen elementos sociales.
Entre sus obras dramáticas destacan Adúltera (1873), Amor con amor se paga (1875) y Asala. También fundó una revista para niños, La Edad de Oro, en la que aparecieron los cuentos Bebé y el señor Don Pomposo, Nené traviesa y La muñeca negra, y colaboró con diversas publicaciones de distintos países, como La Revista Venezolana, la Opinión Nacional de Caracas, La Nación de Buenos Aires o la Revista Universal de México.
Cronista y crítico excepcional, hizo de muchos de sus textos auténticos ensayos, algunos de carácter revolucionario como El presidio político en Cuba (1871) -de gran fuerza lírica-, El Manifiesto de Montecristi o su Diario de campaña. Sus Obras completas (1963-1965) constan de 25 volúmenes.

Compilador: Mario Artigas. (Antología General de Gabriela Mistral – Misterio y Fascinación)


viernes, 18 de enero de 2019

Gabriela Mistral, homenaje a Rubén Darío


1933 - UNA VIDA DE RUBÉN DARÍO
Santa Margherita, enero, de 1932.
Repertorio Americano, 21 de enero de 1933.

  Francisco Contreras, el buen chileno y el buen americano del Mercure de France, ha publicado la biografía cabal y colmada de Rubén Darío, que ya venía siendo una deuda atrasada de nuestros escritores hacia el Maestro. 
  La obra sale de una mano ejercitada en la crítica literaria durante veinte años, en la grande, que es la crítica sin histerismos de admiración ni de aborrecimiento, y de la que Francia ha sido y sigue siendo la enseñadora. Enseñadora, ella, de aquellos que pueden aprenderla, que son, de una parte, los capaces de labor bibliográfica tiesa y dura, y, de otra, los de naturaleza sana que no inficionan un trabajo crítico con su propio humor ponzoñoso. 
       Rubén Darío, que todo lo fecundó y de todo proveyó a nuestra raza (poetas, narradores y críticos), andaba por ahí con su pobre nombre llevado y traído en artículos de buena o de mala voluntad, más o menos extensos, más o menos anecdóticos, de anécdota veraz unas veces, desfigurada las más y también perversa. 
La filialidad literaria, tan común en una Alemania joven que se ha puesto a montar guardia celosa en torno a su Nietzsche, o en una Provenza vieja, que cela, como la niña de sus ojos, la vida de su Mistral; la filialidad de las gentes europeas que saben lo que significa para su propia estampa perdurable fijar de una vez por todas la verdad acerca de sus maestros, es cosa que en nuestra América está todavía en puro agraz. 
En tres ocasiones solamente yo he sentido que el Rubén que me servían era el legítimo, el Rubén que no tuve la fiesta pascual de conocer; una fue en la conversación de Manuel Ugarte, hombre aseado en la conciencia literaria como en las otras, y cuya mano trata sin tiznar su asunto americano; otra fue en las charlas familiares que tuvimos Lolita de Turcios, la santa hermana de Rubén, y yo en el San Salvador de nuestro encuentro; la otra en la lectura de la obra de Francisco Contreras, más lo que de su boca recogí hace arios en su casa, contenta de escuchar en acento chileno cosas nobles sobre Darío. 
  -"Es malo deberme decía una vez Pedro Prado, explicándome la malquerencia de un deudor-.              La sensación de servicio es nociva de sentir para algunos porque les humilla, por ahí les irrita, y ya en esta irritación comienza la llaga". 
Me he acordado de estas palabras muchas veces, a propósito de Darío No sólo dio mucho, sino que casi nadie se libró de recibirle, hasta a pesar suyo le recibieron, y lo regalado eran cosas fundamentales, como "ojos nuevos" y "orejas nuevas" y algún trueque de entraña, da modo que tales presentes durables, no se pueden ni negar ni olvidar.
Una biografía de Rubén Darío de este tono sereno, de esta visión completa de conjunto y detalle, no nos la esperábamos pronto, sin embargo, aunque la estuviésemos necesitando La gesticulación en torno del Maestro, la favorable y la adversa, no han pasado todavía, y ese manoteo doble conturba al mejor crítico y le vuelve la cabeza a derecha e izquierda, rompiéndole en zigzag el flechazo de la mirada. 
La obra de Contreras se halla dividida en dos porciones desahoga - das sobre la Vida y la Obra, y cada una de las partes ha sido tratada con un orden y una claridad que llamaríamos docente; si la noble palabra no estuviera tan envilecida. 
Creíamos sabernos bien esta Vida, de tanto chismecillo que nos ha corrido por la oreja sobre los cuarenta años del Maestro Lo peor en estas cosas no es estar en ayunas de noticias, sino haberlas recibido a tontas y a locas, es decir, de tontos y de pícaros. 
Al fin tenemos aquí articulada de modo que nada Útil nos falte, la existencia del hombre nacido para nosotros en Nicaragua, zarandeado en una docena de países nuestros y claveteado como un pobre quetzal en el cartón frío de Europa -para bien suyo, creía él- para su bien y para su mal por iguales partes, decimos nosotros ahora, las criollistas Aquí están, en la cumplida biografía, los tres casamientos, que Llamaríamos mejor casorios, por lo mal hechos, bien seguidos están los viajes en busca de dineros americanos que nunca dieron de vivir, porque no eran estables, y que, si lo hubieran sido, no le bastaran al amiguero dispendioso que fue siempre, y el carácter noble, el natural caballeroso, guardado a pesar de enfermedades y pobrezas, para acoger a los amigos - a los de su jerarquía, a los medianitos y a los ínfimos -, dándoles su tiempo liberalmente, la manera reservada, sin perfidia mestiza, y el rebosamiento de la alegría en las noches de copas", la lengua de hombre pulcro, desprovista de obscenidad y de injuria, rara en español pirenaico o ultramarino, y tanta menudencia valiosa del trato, que sirve para informar y sugerir, se nos entregan aquí desmenuzadas abundantemente, y son cosa de agradecer al "memorioso que las supo guardar, y al acumulador de datos que las ha escogido en montaña anecdótica. Cuenta a su Maestro con precioso pudor Francisco Contreras, y, a la vez, sin pujos de defensa protectora refiere lo romántico de aquella vida y señala lo feo sin dejar ahí el índice pegado, y no tiene vergüenza de ser tierno muchas veces y de desenterrar a su Lázaro como Jesús al suyo, descompuesto de sepultura, con los ojos húmedos. El lector dice lo que los otros: "Ved cómo le quería". Mejor es que desentierren así los del oficio crítico que como J. J. Brousson lo hizo y lo sigue haciendo. El que mucha podre saca, tiene cierto gusto de ella, y parece que la aumenta en su mano. 
Rubén Darío arrastra todavía una reputación que no alcanza a la de poeta maldito, pero sí a la de alcohólico empedernido, o sea, a la de hombre desmoralizado. 
Hasta qué punto fue Darío un alcohólico, hasta dónde dio largos años a la bebida, yo no lo sé, a pesar de todas las confidencias fáciles que de él nos han hecho sus compañeros. Sabemos, eso sí, que un hombre de botella cotidiana no deja detrás treinta y cinco volúmenes; sabemos que un alcoholismo radical elimina toda posibilidad de trabajo, y, especialmente, de un trabajo de calidades, sabemos que la abulia alcohólica más los delirios que van llegando, disuelve al ebrio como un jabón en una baba buena para nada, y sabemos que un hábito alcohólico pulveriza al mismo tiempo que el cuerpo, el decoro personal, y nuestro Darío frecuentó gentes e hizo vida social la mayor parte de su tiempo de Europa y de América, y no fue rechazado en esos círculos como harapo sucio. La embriaguez de Darío, precisa decirlo, no fue más allá de la ebriedad del hombre de nuestra raza, y, con ella, de la inglesa y la rusa, que forman el trío de este frenesí. 
Verlaine dejó menos labor, cambien menos, Poe, es decir, aquellos que para el vulgo comparten el tabladillo de la embriaguez grotesca. En vez de esto tuvimos en Darío un trabajo constante de escribir; otro cotidiano de leer para informarse. Leyó lo clásico sustancial y leyó todo lo moderno; tanto leyó que no hemos tenido cabeza más puesta al día que la que nos prueban. Los Raros y los libros numerosos de crítica literaria.
Después del hábito laborioso que es por sí solo una forma de moralidad, hay que anotarle a Rubén Darío la hidalguía perfecta en las relaciones literarias, otra señal fuerte de moralidad. Hombre lavado de la clásica envidia española estudiada por Unamuno, y de la otra envidia en fiebre palúdica, del mestizaje latinoamericano, fue nuestro Rubén Darío. Lleno de derechos al desdén, por estar colmado de capacidad verdadera, cabeza confesada de vasta escuela literaria, aristócrata, y nato, a lo largo de su obra sin caída, a nadie desdeñó en la masa de sus seguidores; a ninguno quiso aplastar con su nombre de viga madre literaria; a ninguno le rasó la alabanza cuando la merecía. Más alabó de lo que debía hacerlo un escritor de su tamaño, en esas crónicas suyas disminuidas y despreciadas precisamente a causa de una prodigalidad de niño cariñoso. 
     Él pudo decir de sí lo que Whitman, que no fue generoso, se aplicaba a su gusto: "Yo riego las raíces de todo lo que crece". La naturaleza del maestro, en el sentido paternal, la llevaba visible Darío: confortó a cuanto escritor tuvo cerca; dio, desde el apretón de manos hasta el abrazo efusivo, a cuanta larva de letras se le cruzó en el camino; excitó a los jóvenes y les dio paridad a los maduros, lo mereciesen o no, lo mereciesen unos y otros. Sentía un gozo de veras de jardinero multiplicador de especies, y una efusión de patriarca que cuida y mima carne salida de su carne. Posiblemente resida en esta cordialidad del gremio la moral verdadera del artesano de letras, y la única que debamos pedirle. Las otras morales las pide la religión y no nos toca cobrarlas a nosotros. 
La parte crítica de la obra de Contreras ha sido cuidada como de quién la escribe y para quién la escribe. Ocasión lujosa es la de hacer un estudio largo de Darío para hombre de profesión juzgadora. Contreras ha aceptado los dictámenes sustanciales que corrieron y corren sobre Darío, dejando así opinar a la época que su derecho tiene; pero su propio juicio es casi siempre el que mejor sitúa la pieza estudiada. A Dios gracias, el libro no se nos queda, como otros del género, anegado en pastos de citaciones reiteradas y empalagosas. El autor corriente de estudios literarios aparece o como respetuoso amilanado por el respeto o como un perezoso que acarrea demasiados asombros de construcciones ajenas. Hay pocas cosas más antipáticas para un lector que esa albañilería confusa y pesada de las referencias ajenas inacabables. 
El libro de Contreras va a servir, esperémoslo así, como un molde paterno para los análogos que nos faltan y que irán llegando. Vidas de José Maní, de Palma, de Nervo, etc. El molde se trae excelencias que nos faltan por allá; la naturalidad, abajadora de la cresta inútil en el elogio literario; la verdadera escritura crítica, que es antilírica y neutra como los vitrales blancos; el tratamiento suave-firme de la mano, que no se afloja demasiado ni aprieta tampoco la pieza que es de tratar y no de atormentar. 
La obra de Contreras vale por el mejor de esos cursos de conferencias sobre los clásicos que se oyen en las universidades europeas o norteamericanas. Los vale, gracias al tono apaciguado, próximo a lo docente; los vale, por el acopio abundante y la ordenación escrupulosa de la materia, y los vale, particularmente, por la equidad sostenida como un pulso leal a lo largo de la biografía como del estudio literario. Yo la utilice en mis clases de los Estados Unidos y me sirvió preciosamente. 
A propósito, es tiempo ya de ir pensando en unos Cursos Rubén Darío para las universidades españolas y latinoamericanas, y las secciones de español de las de los Estados Unidos. Hay Cursos Calderón Lope de Vega, Garcilaso y Góngora, y todavía nos retiene un poco la idea del "Curso Rubén Darío". 
La retención nos viene de que aún nos corre por las canales toda la necedad profesoril y crítica que corrió quince años sobre el Maestro. Se nos enreda todavía la lengua al decir ciertas frases que podemos pronunciar a todo paladar y toda garganta, la dicha por Benavente hace mucho: "Rubén Darío es el primer poeta de la lengua, ni más ni menos". Dicho eso, tanto para los demás como para nosotros mismos, cumpliremos en seguida la obligación de honra máxima que es la de esos cursos especializados. 
"Un reformador de la lengua" -decimos-; y debemos decir que es el mayor de los habidos, si hubo otros de su clase. "El más grande poeta latinoamericano", decimos, y es como marcar la uva en el gajo y no el racimo. Hay que decir: "El mayor poeta en castellano". Garcilaso, hacedor de Églogas, no da con ellas solas, bulto para cubrirlo; Jorge Manrique tampoco da con el patético de las Coplas, masa con qué desplazarlo; solamente el Romancero puede ponerse como un peso honorable en el otro platillo de la balanza. 
Sin miedo, pues, digamos cada vez que se presente la ocasión: "Rubén Darío, primer poeta del habla y padre de la poesía española del siglo XX". Esos regateos se llaman de otra manera: miserias se llaman y comenzones de envidia. 
Han dicho a Contreras que su excelente obra llega en un momento en que al modernismo se le descascara el dorado malo y se desmorona entero. Cierto que los fervores histéricos han pasado, y que el modernismo, que nos dio cuanto trajo en la entraña de bienes y de males, ya no muestra colores prósperos. Pero no hay que olvidar que bien nos lo aprovechamos, devorándole, desde la carne inferior, hasta el tuétano de oro. Es el caso de contestar a los que declaran el modernismo barrido, porque no lo ven, lo que declararon los comensales honrados al que llegó tarde al banquete preguntándoles por el buey: "Nos lo comimos". Aprovechando en lo que de bueno trajo, el modernismo está despedido en el resto que era superchería. Es honrado confesar que le debemos alguna sangre, algunas sales útiles, algunas electricidades vivas que nos han servido para las otras cosas que ahora nos nutren: americanismos, futurismos, dadaísmos y... neoclasicismos. Nos lo comimos, al buey robusto, que ya no humea en el fuego, y está en nosotros.


Gabriela Mistral


Biografía
Félix Rubén García Sarmiento, conocido como Rubén Darío (Metapa, hoy Ciudad Darío, Matagalpa, 18 de enero de 1867 - León, 6 de febrero de 1916), fue un poeta nicaragüense, máximo representante del Modernismo literario en lengua española. Es posiblemente el poeta que ha tenido una mayor y más duradera influencia en la poesía del siglo XX en el ámbito hispánico. Es llamado príncipe de las letras castellanas.

En Chile
Desembarcó en Valparaíso el 23 de junio de 1886. En Chile, gracias a recomendaciones obtenidas en Managua, recibió la protección de Eduardo Poirier y del poeta Eduardo de la Barra. A medias con Poirier escribió una novela de tipo sentimental, titulada Emelina, con el objeto de participar en un concurso literario que la novela no llegó a ganar. Gracias a la amistad de Poirier, Darío encontró trabajo en el diario La Época, de Santiago desde julio de 1886. En su etapa chilena, Darío vivió en condiciones muy precarias, y tuvo además que soportar continuas humillaciones por parte de la aristocracia del país, que lo despreciaba por su escaso refinamiento y por el color de su piel. No obstante, llegó a hacer algunas amistades, como el hijo del entonces presidente de la República, el poeta Pedro Balmaceda Toro. Gracias al apoyo de éste y de otro amigo, Manuel Rodríguez Mendoza, a quien el libro está dedicado, logró Darío publicar su primer libro de poemas, Abrojos, que apareció en marzo de 1887. Entre febrero y septiembre de 1887, Darío residió en Valparaíso, donde participó en varios certámenes literarios. De regreso en la capital, encontró trabajo en el diario El Heraldo, con el que colaboró entre febrero y abril de 1888. En el mes de julio, apareció en Valparaíso, gracias a la ayuda de sus amigos Eduardo Poirier y Eduardo de la Barra, Azul..., el libro clave de la recién iniciada revolución literaria modernista. , novelista y crítico literario, cuyas cartas dirigidas a Rubén Darío en el diario El Imparcial consagraron definitivamente a Rubén Darío. Azul... recopilaba una serie de poemas y de textos en prosa que ya habían aparecido en la prensa chilena entre diciembre de 1886 y junio de 1888. El libro no tuvo un éxito inmediato, pero fue muy buen acogido por el influyente novelista y crítico literario español Juan Valera, quien publicó en el diario madrileño El Imparcial, en octubre de 1888, dos cartas dirigidas a Rubén Darío, en las cuales, aunque reprochaba a Darío sus excesivas influencias francesas (su "galicismo mental", según la expresión utilizada por Valera), reconocía en él a "un prosista y un poeta de talento". Fueron estas cartas de Valera, luego divulgadas en la prensa chilena y de otros países, las que consagraron definitivamente la fama de Darío. En enero de 1914 regresó a París, donde pleiteó largamente con los hermanos Guido, que aún le debían una importante suma de sus honorarios. En mayo se instaló en Barcelona, donde dio a la imprenta su última obra poética de importancia, Canto a la Argentina y otros poemas, que incluye el poema laudatorio del país austral que había escrito años atrás por encargo de La Nación. Su salud estaba ya muy deteriorada: sufría de alucinaciones, y estaba patológicamente obsesionado con la idea de la muerte. Al estallar la Primera Guerra Mundial, partió hacia América, con la idea de defender el pacifismo para las naciones americanas. Atrás quedó Francisca con sus dos hijos supervivientes, a quienes el abandono del poeta habría de arrojar poco después a la miseria. En enero de 1915 leyó, en la Universidad de Columbia, de Nueva York, su poema "Pax". Siguió viaje hacia Guatemala, donde fue protegido por su antiguo enemigo, el dictador Estrada Cabrera, y por fin, a finales de año, regresó a su tierra natal en Nicaragua. Llegó a León, la ciudad de su infancia, el 7 de enero de 1916 y falleció menos de un mes después, el 6 de febrero. Las honras fúnebres duraron varios días. Fue sepultado en la Catedral de León el 13 de febrero del mismo año, al pie de la estatua de San Pablo cerca del presbiterio debajo de un león de concreto, arena y cal hecho por el escultor granadino Jorge Navas Cordonero; dicho león se asemeja al León de Lucerna, Suiza, hecho por el escultor danés Bertel Thorvaldsen.

Citas a Rubén Darío en diferentes Prosas de Gabriela Mistral:

Y es que respeto por encima de todas las criaturas, más allá de mi Homero o mi Shakespeare, mi Calderón o mi Rubén Darío, la memoria de los niños, de la cual mucho abusamos…}

En cuanto a la literatura, a España la resarcimos y la medicinamos con la poesía de Rubén Darío. Nuestro buen indio desechó los tubos atestados de retórica en que se habían atascado la poesía y la prosa del español, y prefirió usar unas cerbatanas finísimas por las cuales la saeta es exhalada como a través de una flauta….}

Y después de Rubén Darío hemos ofrecido a Europa la paganía existencial de nuestro Pablo Neruda, transfusión de vitalidad, de joie de vivre, que tanto necesita la Europa desangrada, fatigada y saqueada…}

Nuestra América no ha producido hasta hoy, que yo sepa, sino dos verdaderos cráteres de creación genuina. Ellos son, para mí, repito, la Escuela de Pintura de México, con su punta bicéfala (Rivera - Orozco), y su grupo de discípulos; y el hombre solo y solitario que, sin alharacas hizo un vuelco en la poesía castellana entera: el buen indio Rubén Darío…}

El letrado que hay en G. Papini, a pesar de los modos bruscos de su escritura, tiene que darse cuenta, además, de lo que significa dentro de la sensibilidad de una raza, el aparecimiento de Rubén Darío, devastador y corrector de los vicios de una lengua poética, que, además de quemar feas grosuras, puso su propia melodía en el aire y el ámbito hispánico, bastante endurecido después de unos siglos de oídos espesos…}

Mucho más tarde, llegaría a mí el Rubén Darío, ídolo de mi generación, y poco después vendrían las mieles de vuestro Amado Nervo y la riqueza de Lugones que casi pesaba en la falda…}

Y es que respeto por encima de todas las criaturas, más allá de mi Homero o mi Shakespeare, mi Calderón o mi Rubén Darío, la memoria de los niños, de la cual mucho abusamos…}

El genio español es un genio folklórico. Hay veces que toda la poesía española se me resuelve a mí en este grupo; el inmenso folklore español; luego la poesía de los místicos (nunca se sabe la raza hasta qué punto es sólo raza), y luego Rubén Darío que me liquida el panorama de la literatura española en estos tres grandes montículos o pirámides…}

El escritor sudamericano, un Rubén Darío o Montalvo, fueron pocos deudores de sus países en cuanto a la nutrición espiritual que habrían de buscar en la forastería. ¡Pobrecitos ellos y los que hemos venido después! Mientras que el escritor europeo debe a su continente la masa fabulosa de cultura acarreada por la marea de las generaciones, es harto flaco, es bien poco lo que el Nuevo Mundo nos entrega a nosotros cuando nacemos…}

Augusto Sandino, fue un patriota y revolucionario nicaragüense. Es Héroe Nacional de Nicaragua y junto con el poeta Rubén Darío constituyen la máxima expresión de la nacionalidad nicaragüense…}

No se trata a estas horas de defender la urna del idioma en su castidad del Siglo de Oro ni de ningún siglo, después de la volteadura de la lengua que cumplió Rubén Darío con ayuda de los mejores españoles, y tampoco después de la liberalidad de la misma Academia en la última edición del Diccionario. La hora presente sería la de refrenarnos un poco en la creación de vocablos nuevos, y más que eso, de proponernos hacer los vocablos que vengan de la manera más decorosa posible, es decir, de la más lógica…}

Compilador: Mario Artigas (Antología General de Gabriela Mistral - Misterio y Fascinación)

lunes, 14 de enero de 2019

El Poeta Juan Gelman fallece un 14 de enero.


Juan Gelman Burichson. (Buenos Aires, 3 de mayo de 1930 - México DF, 14 de enero de 2014). Poeta, traductor y periodista argentino, está considerado como el poeta más importante de su generación.  
Hijo de emigrantes judíos ucranios, ejerció diversos oficios antes de dedicarse al periodismo. Por su actividad periodística y política vivió en el exilio entre 1975 y 1988, residiendo alternativamente en Roma, Madrid, Managua, París, Nueva York y México. Durante su ausencia de Argentina llega a estar condenado a muerte por la dictadura argentina; sufre muy de cerca el drama de los "desaparecidos" cuando su hijo y su nuera pasan a formar parte de esta dolorosa lista. 
En su juventud colabora en el periódico Rojo y negro. Es uno de los fundadores del grupo de poetas "El pan duro" y es también secretario de redacción de Crisis, director del suplemento cultural de La Opinión y jefe de redacción de Noticias. También ejerce como traductor en la UNESCO. Desde 2007 colabora con el periódico de Buenos Aires, Página 1/2
Poeta adscrito al realismo crítico, consigue un estilo particular partiendo de un realismo crítico y del intimismo. Son constantes en su poesía la presencia de la cotidianeidad, el tono político, la denuncia y la indignación ante la injusticia. 
De su producción poética conviene destacar Violín y otras cuestiones, El juego en que andamos, Velorio del solo, Gotán, Sefiní Cólera Buey, así como Los poemas de Sidney West, Traducciones, Fábulas, Relaciones,Hechos y relaciones o Si tan dulcemente. Escribe Exilio en colaboración con el periodista argentino Osvaldo Bayer; otras de sus obras son Citas y comentarios, Hacia el sur, Composiciones, Carta a mi madre y País que fue será
La antología Pesar todo es galardonada con el premio de poesía José Lezama Lima, que concede la Casa de las Américas cubana. En 2005 publica una nueva antología, Oficio ardiente, que reúne poemas publicados a lo largo de casi cincuenta años y algunos otros inéditos.
En el ámbito musical escribe dos óperas, La trampera general La bicicleta de la muerte, dos cantatas, El gallo cantor y Suertes, y varios LP.
A lo largo de su vida recibe numerosos galardones, entre los que destacan el Premio Nacional de Poesía en 1997 y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2005; además tiene el título de ciudadano ilustre de la ciudad de Buenos Aires.
En 2007 obtiene el Premio Cervantes, considerado el galardón más importante de las letras hispánicas, y dos años después la Asociación de Poetas Chinos le otorga el Premio Antílope Tibetano. El 14 de enero de 2014 muere rodeado de su familia en su domicilio de la capital mexicana, donde residía desde 1988.
El escritor Juan Gelman, premio Cervantes 2007, depositó en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes un legado que permanecerá guardado hasta el 3 de mayo del 2050. Es una de las personalidades que deja un objeto personal en la antigua cámara acorazada de la sede central del Instituto.

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