Octubre, de 1930
La imitación cubre en América la época anterior y la
posterior a Martí: cien años de calco romántico y cincuenta de furor modernista
son los cortes en que aparece dividido nuestro suelo literario. Tenemos que
confesar que la imitación aparece en nosotros más que como un gesto como una
naturaleza; nuestra piel toda poros es lo mejor y lo peor que nos ha tocado en
suerte y a causa de ella vivimos a merced de la atmósfera.
Por esto, la originalidad adquiere en Indoamérica el aspecto
de un asa salvadora de nuestro decoro y el escritor sin préstamo o con un
mínimum de préstamos vale por el golpe seco de una afirmación.
El fenómeno del escritor que procede de sí mismo aunque haya
vivido en la corte de los maestros, oyéndolos hablar y recitándolos sin
estropeo del acento propio, significa en nuestros pueblos un hecho digno de ser
hurgado para exprimirle el ejemplo.
Aseguran algunos que la cultura es el enemigo por excelencia
de la originalidad, y el juicio trasciende a Juan Jacobo en su simplismo. Pero
el Adán literario, sobre el cual nadie ha puesto la mano, ya no existe a estas
alturas del tiempo. Se produce todavía, a Dios gracias, cierta originalidad
mantenida, sostenida debajo del peso enorme de una cultura literaria; el hecho
se produce aún resulta bellamente heroico y remece todo el ambiente.
La primera, la segunda y la última impresión de Martí es la
de una voz autónoma levantándose desde un coro de voces repetidoras. Veremos a
Martí marcar varonía en cada paso de su vida de hombre; pero desde que comienza
su carrera literaria varón será también en esta naturaleza antimitativa, o sea,
antifemenino.
¿En qué consiste la originalidad de Martí? Las mujeres no
sabemos explicar nada en bloque y sólo tenemos una habilidad de encajaras, es
decir, detallista. Parece que la originalidad esencial de Martí arranque de una
vitalidad tropical. Si la imitación se explica como la cargazón de muchas
atmósferas sobre el cuerpo que no las resiste, la originalidad sería la
robustez brava de un airoso que puede con ellas, se ríe del eso y corre con él
sobre el lomo.
Martí es muy vital y tal vez su robustez sea la causa de su
independencia. Comió del tuétano de buey de los clásicos; nadie puede decirle
lo que a otros, que se quedase ayuno del alimento formador de la entraña: él se
conoció sus griegos y sus romanos y fue también el buen lector que pasa por los
setenta rodillos de la colección Rivadeneira sin volverse papilla y caldo.
Guardó a España la verdadera lealtad que le debemos, la de la
lengua, y ahora que los ojos peninsulares pueden mirar a un antillano sin tener
atravesada la pajuela de la independencia, ya podrán desde Madrid decir leal al
insurrecto, porque conservó una fidelidad más difícil de dar que la política:
ésta de la expresión. Tanto estimó a los padres de la lengua que a veces toma
en cuenta a los segundones y tercerones de ella.
Pero más apegado que a clásicos enteros y a los semiclásicos
se le ve abrazado a los escritores modernos de Francia y de Inglaterra, cosa
muy natural en hombre que tenía su tiempo presente y vivía registrándolo día a
día. La dominación de los modernos sobre él parece que sea simpatía hacia sus
ideas más que apego a las esencias de los idiomas extraños. "La lengua vieja,
las ideas nuevas", diría él.
Gran sensato, Martí no tuvo la ocurrencia de otros, de
admirarle a Cicerón la letra y la ideología, y de creer que Homero y Virgilio
obligan al descontento de la época y a una nostalgia llorona de tal o cual
César. Él tiene encargos que cumplir, trabajos que hacer en la carne de su
tiempo, y se siente ligado a las almas francesas, norteamericanas e inglesas
por el parentesco que crea una época común.
Ahora, sabiendo que la originalidad de Martí ha sufrido la
prueba de los magisterios naturales, veamos por averiguar en qué consiste ella
misma. Parece ser que esté hecha de tono, de vocabulario y de sintaxis propios.
Los escritores de estilo novedoso no siempre son
diferenciados en cuanto al tono; pero los realmente personales, traen siempre
un acento particular. En la literatura española, por ejemplo, Calderón tiene un
estilo, pero en Santa Teresa hay un tono; en la francesa, Montaigne tiene más
dejo galo que el propio Racine. Martí salta a nuestros ojos con el cuerpo
entero de un estilo, pero lo mejor de gozarle, para mí, son los imponderables
del tono criollo que se le deslizan por las hendijas del tronco castizo.
Acordémonos de que este hombre fue orador nato, para
estimarle suficientemente la maravilla de la naturalidad. La oratoria carga con
una cadena de fatalidades. El orador comienza siendo el recitador que se
regodea en un vasto espacio y delante de una masa. Lo primero lo echa a gritar,
y la mucha carne escuchadora lo tienta a hacerle concesiones, a darle halagos.
La voz tonante de una parte, y de otra el apetito de convencer, le sacan los
gestos violentos, y las dos calamidades de berreo y gesticulación, lo echan de
bruces en el extremismo del vocabulario. Así, se va trenzando una cadena de
fatalidades.
Yo no tengo amigos oradores y no he podido recibir su
confesión; pero se me ocurre que el escritor honrado debe detestar sus
discursos cuando palpa allí una máquina montada con piezas de mentira, la cual
se emplea para convencer... de la verdad. En los mejores la oratoria se
resuelve en una forma didáctica, o en el desfogamiento de un lirismo impotente
que no llegó al poema.
Anotemos en Martí el que siendo el orador honrado dentro de
un gremio fraudulento, no se aparte de las líneas clásicas dentro del género;
si abrimos un texto de retórica, veremos que Martí cumple con toda la ley y la
costumbre como un buen hijo acatador de la tradición.
Pero el fenómeno del Martí orador consiste en que, manejando
un género de falsas virtudes, lo servirá con virtudes verdaderas. Mientras el
demagogo simula su indignación y lanza desde el tabladillo sus llamitas
pintadas, Martí está ardiendo de veras; mientras el mero arengador sube la
cuesta del período en una hazaña de gimnasta sólo para hincar la pica del
remate, él trepa el período temblando de cólera o de fe indudables; mientras el
embusterillo lanza en frío sus metáforas. Martí las desmorona vivas desde su
boca escocida por ellas. Con todo lo cual vuelve espectáculo natural una cosa
que los demás aderezan, y en su imprecación verídica, se da en pasto a su gente
sin ahorro alguno del alma.
Yo llegué tarde a su fiesta y una de las pérdidas de este
mundo será siempre la de no haber escuchado a Martí. Amigos suyos me han
hablado de su voz, pero en esto cualquier información se queda manca. Debe
haber tenido "gracia de voz", si creemos a los yoghis que las
vísceras mansas hacen dulce la voz. Me acuerdo siempre de Emerson en su elogio
de la voz grata, y como él desconfió de los acentos pedregosos o broncos: piedras
llevan... Y en cuanto al ademán, el tribuno educador debe haberío tenido como
aquellos efusivos que por pudor gesticulan con un suave ímpetu.
No le conocimos acento ni mímica, pero lo demás nos ha
quedado, a Dios gracias, en el cuerpo de los discursos. Y qué noble anatomía la
de su oración cívica o militante que nos va a mostrar sus miembros extendidos
de atleta en la mesa de las mediciones.
El período copioso se nos había hecho antipático en los
seudocervantistas, porque sabemos que la sintaxis es cosa funcional y arranca
desde adentro o nace muerta. Puede resultar que, como la sangre abundante, el
período logre ser ligero en ciertos sanguíneos ágiles, pero lo común en
nosotros, gente de lengua colonial, es que no salte con borbotón espontáneo
sino que él sea sobre el papel como las manufacturas resobadas.
En Martí no fatiga el período a fuerza de estar vivo de
cabeza a pies. A los prosistas mediocres, incapaces de fundir los materiales de
la oración como el volcán los suyos, dan ganas de pedirles que truequen el acápite
español por la sintaxis sumaria del francés, que queda al alcance de sus
fuerzas en una frase corta y portátil. Esta cláusula tiene a lo menos lástima
de nuestro aliento y cortesía de la oreja tendida, mientras que el continente
verbal pide titán y las manos comunes no tienen nada de prometeicas.
Vamos hacia otra hazaña más difícil de lograr todavía: el
trascendentalismo exento de declamación.
El orador de aquella época era, por contagio de Víctor Hugo y
de Quintana, trascendentalista y enfático. Estos profetas sin santidad suelen
ser sinceros, pero lo común es que simulen el arrebato y el trance. Los amigos
del patético y del sobrenatural no son muchos y sus adversarios, al no
entenderlos, prefieren llamarlos farsantes. Por eso la popularidad del
romanticismo a mí me desconcierta. ¿Cómo se las arreglaron aquellos
romanticones para embarcar en su nave a nuestros abuelos? Tal vez algunos
hallaron gran clientela precisamente por ser almas de drama real, pero lo más
sólo serían gente que representaba bien su comedia.
A nuestro Martí no lo pondremos bajo el pabellón absoluto del
romanticismo trascendentalista. Tal vez podamos afiliarlo en la banda pero bajo
unos subtítulos restrictivos, porque este hombre se mueve en un turno de
grandeza y cotidianeidad. Pensemos, aunque parezca absurdo, en un Víctor Hugo
corregido de su trompetería por un trato diario del Montaigne doméstico; él
vivió haciendo este peregrino zigzagueo. Suelta una alegoría que relampaguea, y
sigue con una frase de buena mujer, cuando no de niño; hace una cláusula
ciceroniana y la neutraliza con un decir de todos los días; abaja
constantemente los vocablos suntuosos allegándoles un adjetivo de lindo sabor
popular. Tal vez leía su Biblia saltando de un profeta a un evangelista, de
Ezequiel a Lucas, o bien iba y venía de San Juan el Divino al San Pedro
pescador.
Cuando ustedes lo llaman Arcángel, se acuerdan de Miguel y su
espada pinchadora del dragón; pero él contiene también a Rafael, arcángel
transeúnte, que caminando con Tobías le escondió hasta el final su condición
alada. Esta conjugación de lo arcangélico militante con lo arcangélico
misericordioso nos valga para símbolo del martianismo.
El arcangelismo de Miguel tiene grandes riesgos por que se
resuelve en una función de fuego y de hierro más exterminadora que redentora.
En el Arcángel hostigador del Diablo eso está bien, ya que la finalidad es
matar el dragón; pero en las turbas humanas la operación resulta peligrosísima.
El combatiente acaba entero en espada, va reduciendo su cuerpo a vaina y por
último a filo. Celebremos, pues, este raro arcangelismo español que hace correr
a lo largo de la espada un constante aceite de piedad.
Examinada así, en bruto, la originalidad del tono de Martí,
pasemos a la del vocabulario, que, como se sabe, cuenta entre los más ricos de
nuestra literatura.
Martí posee el castellano, tanto en el aspecto de la
intensidad, como en el de la extensión, colocándose así, al lado de Juan
Montalvo en el millonarismo de vocablos. Montalvo manejó, es cierto, mayor
cantidad de voces; pero hay entre ambos vocabularios una diferencia grande de
calor, de color y de sabor. La lengua rica de Montalvo le viene de una
frecuentación visible - demasiado confesa - del Diccionario. (Yo suelo
recomendar a mis alumnas que se lo lean, en un ejercicio que les ahorrará en
buena parte el librote tremendo.) Agradecemos a Montalvo el mérito de su
acumulación de Creso, pero marcamos bien la diferencia que corre entre estas
dos riquezas. Montalvo trabajó primero en su Ecuador, después en Francia, en
ausencia amarga del idioma pleno, ya que en su país lo indígena triplica lo
español y que en Francia vivió la dieta del idioma. Así se entiende el que se
doblase veinte años sobre el Diccionario pidiendo al mamotreto frígido el calor
que el ambiente no daba ni prestaba.
Martí, por el contrario, vivió las edades formativas -
infancia y adolescencia - sumergido en un español casticísimo, hablado por la
burguesía y en uno acidulado y pimentado que era y es hasta hoy el del pueblo
cubano. Cuando salió al destierro, llevaba, seguro como las entrañas que no nos
dejan, la lengua completa chupada en veinte años de su Isla.
Me señalaba el chileno Díaz Arrieta, que el español escrito
en América confiesa una pobreza vergonzosa y sobre todo un gran desabrimiento,
y mi amigo tiene razón (las Catilinarias y los artículos de polémica se salvan
a causa de ser una escritura de guerrilla). Los pueblos no antillanos somos
hijos del injerto verbal, es decir, de una aventura, lo que trae consigo
riesgo, algunas posibilidades de superación y muchas de degeneración. Pero a la
Isla de Cuba le cayó en suerte el ser ella un desgajamiento directo de la
Península echado al mar; el nacer prima hermana de las Canarias, es decir, el
haber sido y seguir siendo una España insular.
Naturalmente, un verdadero vital no se conforma con el idioma
que recibe, porque cualquier naturaleza rica se pone a crear sus órganos,
rebasa los medios recibidos y echa de sí los que le faltan.
Antes de Rubén Darío, Martí se había puesto a la invención de
vocablos y aquél le reconoció el mayorazgo. Me gustan más los que salieron de
la mano de Martí que los venidos de Rubén Darío. Todos lo sabemos y se puede
decirlo sin mengua para el nicaragüense que en su uso del galicismo había tanta
necesidad de fineza como alarde de cosmopolitismo o de mucho ingenio.
Martí crea sus pocos neologismos como un lingüista
profesional, guardando todo respeto a la tradición en los derivados e inventa
por necesidad verdadera, por el hambre de expresividad que había en él.
El vocabulario martiano no será nunca extravagante,
pirotécnico ni snob, pero será novedoso hasta volverse inconfundible. El verbo,
más que el mismo adjetivo, él lo busca a la medida de su necesidad. Son verbos
activísimos; él dice "desjarretar", "sajar",
"chupar", "pechar". Sus adjetivos son, en la prosa,
táctiles y embadurnados de color y yo pienso que nadie entre nosotros llevó más
lejos la ceñidura del apelativo a la cosa. En su complacencia de grafismo,
movimiento, intensidad, dice "tajadas", "carneada",
"fundida", "volcada", "regada", etc. Trabaja con
epítetos extremosos y aunque los administre de más en la oración no se le
engrasa y le salta viva como el lazo venteado del gaucho.
Vamos a la vitalidad tropical. Muchos miran el Trópico como
un bochorno que descoyunta y acaba su criatura. Como yo siento algo de eso
cuando vivo en él, no niego el hecho, pues, aunque admire y ame el trópico,
pruebo en mi cuerpo la perfidia suave, la succión blanda.
Tan perfecto me parece, sin embargo, como una medida cabal de
la riqueza terrestre, como el cubo de Dios, que siempre rebosa, y tan noble lo
veo en su generosidad, que en vez de tacharle el calor genesíaco, prefiero
creer que no podemos con él por una penuria corporal de mestizos flacos. El que
no podarnos mirar esta luz sin pestañeo y el que no alcancemos estos pulsos
fuertes culpa nuestra es.
Cuando me encuentro un hombre semejante a Martí o a Bolívar,
que en su Trópico, de treinta años, no se descoyunta y se mueve en él lo mismo
que el esquimal en la nieve, trabajando sin agobio y rindiendo la misma
cantidad de energía que el hombre de climas medios, vuelvo a pensar que lo
elefantiásico y monstruoso del Ecuador no existe. José Martí cayó en el Trópico
como en su molde cabal; él no rezongó nunca contra la latitud porque no se
habla mal del guante que viene a la mano.
Hay una inquina especial de las tierras frías contra el
Trópico que pudiese ser la del sietemesino contra el niño de nueve meses. Una
de las manifestaciones de ella se nota en lo peyorativo de los vocablos
"tropicalismo" y "tropical" cuando los usa la crítica literaria.
Los dos se han vuelto motes de injuria y liquidan a un escritor. Es necia su
aplicación al bloque de los que viven entre Cáncer y Capricornio, pues difieren
entre ellos, tanto como planta y animal. No hay razón para que un autor
tropical haya de ser necesariamente malo sin más razón que la del termómetro.
Pero la comicidad del asunto reside en que el trópico americano no ha dado
verdaderos tropicales, excepto uno, óptimo, este Martí que es el único a quien
conviene el rubro, y uno malo, nuestro Vargas Vila... que vivió cuarenta años
en Europa.
Pedro Henríquez Ureña, al que debemos muchas definiciones del
hecho americano, se encargó de enderezar el vocablo torcido. Él prueba que
nosotros llamamos "tropicales" los estilos superabundantes y
empalagosos de los subrománticos franceses hospedados aquí por escritores más
segundones aún. El clima nada tiene que hacer con el pecado, y para no citar
sino un caso, cerca de aquí nació y pasó la infancia esencial un poeta no
dañado por la calentura del Caribe: en la Martinica vivió años Francis Jammes.
Al revés de cuanto se ha dicho, la soberana belleza tropical
de América se quedó al margen de nuestra literatura, sin influencia verdadera
sobre el escritor y como rebanada de él. Ojos, oreja y piel se los hemos
regalado a Europa: paisaje, europeo, desabrido y neutro, es lo que se encuentra
en nosotros los criollos. Antes y después de José Martí ninguno se había
revolcado en lo fogoso y en lo capitoso de estos suelos.
Hay que llamar al cubano "hombre leal" por muchos
capítulos, pero, principalmente, por haber llevado el resuello de su tierra y
haber vaciado la cornucopia de una geografía a lo largo de toda su obra, en la
expresión hablada y en la escrita.
¿Qué hace el Trópico en la obra de nuestro Martí, el único
que lo representa?
En primer lugar una calidez gobernada o suelta corre por su
prosa en un clima de efusión; marca sus arengas, los discursos académicos, los
artículos de periódico y las simples cartas. Yo digo calidez y no digo fiebre.
Tengo por ahí pespunteada una vaga teoría de los temperamentos de nuestros
hombres: los que se quedan en el fuego puro y se secan y se resquebrajan, y los
que viven del fuego y del agua, es decir, de un calor húmedo y se libran del
resecamiento y la muerte. Martí fue de éstos. A él lo asiste siempre la brasa
confortante o un rescoldo cordial. Si como pensaba Santa Teresa nuestro encargo
es el de arder, y la tibieza repugna al Creador, el Diablo es uno que tirita;
bien cumplió José Martí su encargo de vivir encendido y sin atizaduras
artificiales. Él ardía abastecido del combustible de su temperamento cubano -
español y también del Espíritu Santo que recorre su escritura en garabateo
visible.
La segunda manifestación del Trópico en Martí, sería la
abundancia. El Trópico es abundante por esencia y no por recargo de bandullos o
períodos. El barroco fue inventado por arquitectos no tropicales, los cuales
buscando ser magníficos cayeron en gordinflonerías y excrecencias.
Más claro se verá el hecho visto en el árbol coposo: él no es
un abullonado, él es la fuerza llegando a sus topes. Hay que meter la mano en
la masa de sus ramas para hallar grosuras; mirado, él es esbeltamente soberbio,
nada más que eso.
En el tropicalismo de Martí, la abundancia es natural por
venir de adentro, de los ríos de su savia interna. En cuanto a natural no es
pesada, no carga ornamentos pegadizos; se lleva a sí misma sin pena, como los
grandullones llevamos nuestra talla...
Además el criollo lector, congestionado de lectura, hervía de
ideas, a revés de los que siguen una sola como regato en tierra pobre; el
corazonazo caliente de emocional le subía a la garganta hasta en la charla
corriente; el vocabulario pasmoso le entregaba a manos llenas la expresión
justa y la más feliz. ¡Cómo no había de ser copioso! Lo hicieron en grande y no
hay por qué una criatura ubérrima dé la espalda a su haber y se fuerce a
regímenes de arroz. Corríjasele la abundancia y Martí se nos disuelve. Que los
demás escritores ecuatoriales vivan sin conmoverse delante de su gracia,
negocio de ellos es, mal negocio de distracción o de renegamiento; pero dejemos
que este respondedor describa su aposento geográfico que es su mesa de vivir y
su lecho de morir.
Otra manifestación del tropicalismo martiano es la lengua
espejeante de imágenes, el desatado lujo metafórico.
Dicen que en la naturaleza tropical fauna y flora están
supeditadas al ornato y por eso resultan más hermosas que productivas; dicen
que son blandas y fofas sus criaturas y que su belleza engaña como la
gesticulación ampulosa y buera. La verdad es que la naturaleza, que en otras
partes cumple su obligación de alimentar, aquí se da el gusto de servir
deslumbrando. El árbol de la goma, el cocotero, el mismo plátano llevan
vitalidad suficiente para dar mucho y les quedan todavía jugos para follajes
superlativos. No sé qué hay de propietario, de asalariado en la naturaleza
europea donde el sembradío se ciñe a la utilidad y no le sobra nada para
fantasía y locura. El Trópico nuestro se parece a Hércules, que era servicial y
magnífico en una sola pieza, vale decir, hazaña.
Pasemos esta misma generosidad a la naturaleza de Martí: Él
es un divulgador de ideas, pero como la savia le alcanza, él las echará a rodar
en torrente de símiles. Por otra parte, no es cosa de olvidar que él es sobre
todo un poeta, que puesto en el mundo en una hora de dura necesidad, aceptó ser
conductor de hombres, gacetillero, profesor, etc., pero que de nacer en una
Cuba adulta y sin urgencias, se hubiese quedado en el hombre de canto mayor y
menor, de canto absoluto.
Como el árbol tropical que gasta mucho en la periferia
florida y que engaña con que descuida el rigor del tronco, así engaña la prosa
de Martí, y ha hecho decir a algún atarantado que su prosa no es sino casullas
de ropería arzobispal.
Suntuoso, es cierto, a la manera de los reyes completos que
dictaban legislación, religión, costumbre y poesía, que siendo sacerdotes no
descuidaron el espejo justo de trono y vestimenta y hasta solían corregir a sus
costureros e inventar danzas.
También aquí está el hombre construido en grande, que no
quiere constreñirse ni mutilarse de nada y hace brazada con las cosas buenas de
este mundo, hombre antiasceta (aunque cuidase mucho de su decoro) por hallarse
cerca de la naturaleza que se burla de las penitencias.
Al lado de la extraordinaria sintaxis de Martí, está como
otro pilar de su maestría, la metáfora espléndida. La tiene impensada y no
extravagante, original y no estrambótica; la tiene virgínea Y siempre nueva,
sin caer por reincidencia en la misma o en la semejante; "imaginífero"
- D’Annunzio se llamaba así a sí mismo - cuyo stock no se vaciaba nunca.
La sabida frase del hombre que piensa en imágenes, conviene a
Martí como a ninguno de nosotros. Hay que caer sobre algunas páginas del Asia,
en las cuales la poesía se traduce en una pura reverberación alegórica, para
encontrar algo semejante a su escritura. Pero la diferencia con el lirismo
asiático está en que, mientras aquél cae al atollamiento de flores y gemas,
Martí nos hace siempre sentir el hueso del pensamiento bajo la floración.
La metáfora cerebral y de química esotérica de los que han
venido después, no era la suya; el corazón fogoso y fogueado era su proveedor
de metáforas; así la tiene de espontánea y de cándida lo mismo en lo tierno que
en lo colérico.
Dicen que el estudio de un poeta lo dan sus metáforas por sí
solas. El método es habilidoso, pero se nos quedarían afuera los buenos poetas
ralos y hasta los ayunos de símil, que los hay. Para Martí el procedimiento
resultará excelente. En su montaña de metáforas se puede descomponer su alma
entera.
La última manifestación de tropicalismo que anotaremos en
nuestro hombre es la generosidad que le viene, en parte, de su riqueza misma.
El temperamento criollo rebosa de liberalidades; él se derrama en hospitalidad
y dispendios. Nosotros no somos pueblos de vísceras resecas, arca vigilada ni
alarmas de vieja despensera. Este sol que en vez de asistir solamente a la
creación, la inunda y la agobia, nos ha criado en una pedagogía derrochadora.
Estamos llenos de injusticias sociales, pero ellas derivan más de una
organización torpe que de una sordidez congénita; andamos buscando un
abastecimiento racional de nuestros pueblos y cuando lo hayamos encontrado, los
sistemas económicos de la América serán mucho más humanos que los europeos.
Todo lo quiere para su gente Martí: libertad primero, cultura
y bienestar en seguida. Y como su estilo forma el aspa visible de su rueda
oculta, las liberalidades de Martí se traducen en su lengua por una
desenvoltura de señor acostumbrado a poseer y a dar. Voltéese en la mano el
estilo de los egoistones y se les sentirá la reticencia en la sequedad y el
temblorcito de la avaricia en la indigencia de la frase.
La averiguación de la lengua se me ha resbalado hacia el
hombre, al cual yo no iba a comentar porque la crítica literaria moderna está
empeñada en deslindar obra e individuo y reducirse a la escritura a secas.
Hay escritores con los cuales sobra la divulgación de persona
y vida; hay otros que no pueden ser manejados sino en el bloque de escritura y
carácter. Martí es de éstos y hasta tal punto que no sabemos bien si su
escritura es su vida puesta en renglones, o si su vida es sólo su escritura
enderezada. Además, es de aquellos que se hacen amar de tal modo que su devoto
quiere saberlo todo de ellos, desde cómo rezaban hasta cómo dormían...
Es cierto que se puede hablar aquí de "un caso".
¿De dónde sale este hombre tan viril y tan tierno, por ejemplo, cuando en
nuestra raza el viril se endurece y se brutaliza; ¿Y de dónde viene este
hombre, según la teología, trayendo de veras en su ser el trío de
"memoria, inteligencia y voluntad"? ¿De dónde nos llega esta
criatura, en la cual los hombres hallan la varonía meridiana, la mujer su
condición de misericordia y el niño su frescura y su puerilidad? ¿De dónde sale
en raza de probidades dudosas este varón que no da de sí una borra de logro, y
no acepta condescender con la corrupción?
Veremos por contestar, y si erramos la intención nos valga.
El viril nos viene de la sangre catalana, que es fuerte y activa, muy diversa
su acción a la de Castilla, correa de cuero de la historia, y terror de pueblos
flacos. El tierno le viene del limo y del ambiente antillanos donde la piel del
toro español se suavizó hasta volverse una badana dulce. A menos que sea el
negro y no el clima el autor de esta blandura inédita en la prole del Cid
aliviada de calentura por el mar. En Cuba, que produce la caña mansa y el
tabaco piadoso, se da fácilmente el hombre benévolo y no es raro que saltase de
aquí la cifra humana que llamamos, "José Martí, el bueno".
Martí fue, además, el hombre maduro, en el cual se retarda la
infancia y de otro lado se anticipa la vejez; hombre cenital que goza desde un
punto mágico las dos mitades del cielo. Por eso se abre en pulpas humanas por
donde se le toque Y por eso sabe tanto del negocio de vivir, de padecer, de
caer y de levantarse. A criatura tal los amigos querían contarle todo y a veces
no le contaban nada porque él los adivinaba con sólo mirarles. Él serviría las
funciones humanas mejores: la de consolar, la de corregir y la de organizar.
Muchas veces se ha aplicado en la historia la frase de
"amigo de los hombres"; Martí se la ganó de vivo, y de muerto la
retiene en la mano parada.
Es preciso alabar también al luchador sin odio. El mundo
moderno anda alborotado con la novedad de Mahatma Gandhi, combatiente ayuno de
furor. Pero el fenómeno de combatir sin aborrecer, apareció entre nosotros
mucho antes en este "santo de pelea". Póngale encima si quieren, la
lupa acusadora; mírenle las arengas, proclamas y cartas, y no saltará al ojo
una sola peca de odio. Empujado a la cueva de las fieras, constreñido a buscar
fusil y a echarse al campo, este hombre va a pelear sin malas artes, sin
interjecciones feas, sin que se le pongan sanguinosos los lagrimales.
Posiblemente hasta los luchadores de la Ilíada dejaron escapar en lo apretado
del apuro algún "terno" que Homero se guarda. Martí pelea
sobrenaturalmente, sintiendo detrás de sí la causa de la independencia cubana
que le quema la espalda, y mirando delante el montón impersonal de los enemigos
de la libertad que para él no tienen cara ni nombre personal.
Y aquí, mis amigos, Martí resulta sujeto sin amarras con la
raza indo - española. Ella ha odiado mucho, ha puesto siglos de empeño en
aborrecer de cabeza a pies y ha tomado el sobrehaz de la tierra como un campo
patagónico de "carneada" Aunque la frase se nos tiña de cursilería,
digamos que Martí vivió embriagado de amor humano, y tanto que sus entrañas no
le dieron ni un grito de venganza.
Todo es agradecimiento en mi amor de Martí: gratitud hacia el
escritor que es el maestro americano más ostensible de mi obra, y también
agradecimiento del guía de hombres que la América produjo en una especie de Mea
culpa por la hebra de guías bajísimos que hemos sufrido, que sufrimos y
sufriremos todavía. Angustia siento yo, americana ausente, cuando me empino
desde la tierra extraña a mirar hacia nuestros pueblos y diviso a mi gente
atollada todavía en las viscosidades acuáticas de las componendas y en las
malquerencias fronterizas que tijeretean el continente de todos lados.
Cuando los ausentes hacemos estas asomadas penosas al hecho
americano, necesitamos acarrear de lejos a Bolívar para que nos apuntale la fe,
y de menor distancia a Martí para que nos lave con su lejía las roñas de la
criollidad. Él es para nosotros, los ansiosos, uno de esos raros refugios que
se hallan en el bajío pantanoso Y al que se entra por comer y dormir allí, sin
tocar pringue o lama.
Esa frente familiar a ustedes, nos tranquiliza con sus planos
serenados; esos ojos de dulzura inmediata, a flor de la "niña", donde
se chupa sin tener que ir al fondo como la abeja; ese mentón delgado que
desensualiza la cabeza en su segundo extremo, repitiendo lo que la frente hizo
en lo alto, nos consuelan de tanto semblante torcido o ácido que corre por la
iconografía criolla. Hemisferios de agradecimiento son para mí la literatura y
la vida de José Martí.
José Julián Martí y Pérez (La Habana, Cuba, 28 de enero de
1853 Dos Ríos, Cuba, 19 de mayo de
1895) fue un político, pensador, periodista, filósofo y poeta cubano, creador
del Partido Revolucionario Cubano y organizador de la Guerra del 95 o Guerra
Necesaria. Perteneció al movimiento literario del modernismo.
Su visión política incluía lo que hoy se conoce por
latinoamericanismo. Además, su obra política y de propaganda muestra estas tres
prioridades: la unidad de todos los cubanos como nación en el proyecto cívico
republicano de postguerra; la terminación del dominio colonial español; y
evitar una expansión estadounidense. Es casi unánime la información sobre su
gran capacidad de trabajo y frugalidad, lo que, siendo evidente, junto a su
palabra persuasiva, le valió reconocimiento por la mayoría de sus compatriotas.
En el campo de la poesía sus obras más conocidas son Ismaelillo (1882), Versos
sencillos (1891), Versos libres y Flores del destierro. Sus ensayos más
populares son El presidio político en Cuba (1871) y Nuestra América (1891),
cabe también destacar su obra epistolar, por lo general bien apreciada
literaria y conceptualmente. Se incluye entre sus obras "La edad de oro.
Publicación mensual de recreo e instrucción dedicada a los niños de
América" de la cual fue redactor (Julio 1889). Fue precursor del modernismo,
junto a Manuel González Prada (Perú), Rubén Darío (Nicaragua), Julián del Casal
(Cuba), Manuel Gutiérrez Nájera (México), Manuel de Jesús Galván (República
Dominicana), Enrique Gómez Carrillo (Guatemala), José Santos Chocano (Perú) y
José Asunción Silva (Colombia), entre otros. Es todavía tema de debate entre
los especialistas su importancia relativa en el modernismo.
José Martí no asume una posición antirreligiosa, sino que
hace críticas a las religiones establecidas, por sus desviaciones, por el
abandono en un momento de su desarrollo histórico de los principios que la
originaron y de los fundamentos de la religiosidad.
"Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en él
alimenta la virtud. Las injusticias humanas disgustan de ella; es necesario que
la justicia celeste la garantice."
Habiendo recibido Martí una educación religiosa fue capaz de
darse cuenta y profundizar en las diferencias estimadas por las distintas
religiones, logró demostrar a través de su propia experiencia lo necesario de
la conciencia, la razón y la voluntad, elementos que relaciona con claridad en
la actuación del hombre en la vida, la que siempre concebía relacionada a la
honradez, la justicia y los sentimientos humanos. Las convicciones religiosas
las veía con agrado cuando estaban en defensa de los aspectos expresados
anteriormente, todo lo que fomentara su limitación y desarrollo constituían un
elemento de freno al pensamiento sano y creador del hombre.
Gabriela Mistral
El joven Martí
pronto se sintió atraído por las ideas revolucionarias de muchos cubanos, y
tras el inicio de la guerra de los Diez Años y el encarcelamiento de su mentor,
inició su actividad revolucionaria: publicó una gacetilla El Diablo Cojuelo, y
poco después una revista, La Patria Libre, que contenía su poema
"Abdalá".
A los diecisiete
años José Martí fue condenado a seis de cárcel por su pertenencia a grupos independentistas.
Realizó trabajos forzados en el penal hasta que su mal estado de salud le valió
el indulto. Deportado a España, en este país publicó su primera obra de
importancia, el drama Adúltera. Inició en Madrid estudios de derecho y se
licenció en derecho y filosofía y letras por la Universidad de Zaragoza.
Durante sus años
en España surgió en él un profundo afecto por el país, aunque nunca perdonó su
política colonial. En su obra La República Española ante la Revolución Cubana
reclamaba a la metrópoli que hiciera un acto de contrición y reconociese los
errores cometidos en Cuba. Tras viajar durante tres años por Europa y América,
José Martí acabó por instalarse en México.
Allí se casó con
la cubana Carmen Sayes Bazán y, poco después, gracias a la paz de Zanjón, que
daba por concluida la guerra de los Diez Años, se trasladó a Cuba. Deportado de
nuevo por las autoridades cubanas, temerosas ante su pasado revolucionario, se
afincó en Nueva York y se dedicó por completo a la actividad política y literaria.
Desde su
residencia en el exilio, José Martí se afanó en la organización de un nuevo
proceso revolucionario en Cuba, y en 1892 fundó el Partido Revolucionario
Cubano y la revista Patria. Se convirtió entonces en el máximo adalid de la
lucha por la independencia de su país.
Dos años más
tarde, tras entrevistarse con el generalísimo Máximo Gómez, logró poner en
marcha un proceso de independencia. Pese al embargo de sus barcos por parte de
las autoridades estadounidenses, pudo partir al frente de un pequeño contingente
hacia Cuba. Fue abatido por las tropas realistas cuando contaba cuarenta y dos
años. Martí es, junto a Bolívar y San Martín, uno de los principales
protagonistas del proceso de emancipación de Hispanoamérica.
La obra literaria
de José Martí
Además de
destacado ideólogo y político, José Martí fue uno de los más grandes poetas
hispanoamericanos y la figura más destacada de la etapa de transición al
modernismo, que en América supuso la llegada de nuevos ideales artísticos.
Como poeta se le
conoce por Ismaelillo (1882), obra que puede considerarse un adelanto de los
presupuestos modernistas por el dominio de la forma sobre el contenido; Versos
libres (1878-1882), La edad de oro (1889) y Versos sencillos (1891), esta
última decididamente modernista y en la que predominan los apuntes
autobiográficos y el carácter popular. En A mis hermanos muertos el 27 de
noviembre (1872), publicado durante su destierro en España, Martí dedica sus
versos a los estudiantes muertos en una masacre acaecida en aquella fecha. Su
única novela, Amistad funesta, también llamada Lucía Jérez y firmada con el
pseudónimo de Adelaida Ral, fue publicada por entregas en el diario El
latino-Americano entre mayo y septiembre de 1885; aunque en su argumento
predomina el tema amoroso, en esta obra de final trágico también aparecen
elementos sociales.
Entre sus obras
dramáticas destacan Adúltera (1873), Amor con amor se paga (1875) y Asala.
También fundó una revista para niños, La Edad de Oro, en la que aparecieron los
cuentos Bebé y el señor Don Pomposo, Nené traviesa y La muñeca negra, y
colaboró con diversas publicaciones de distintos países, como La Revista
Venezolana, la Opinión Nacional de Caracas, La Nación de Buenos Aires o la
Revista Universal de México.
Cronista y crítico
excepcional, hizo de muchos de sus textos auténticos ensayos, algunos de
carácter revolucionario como El presidio político en Cuba (1871) -de gran
fuerza lírica-, El Manifiesto de Montecristi o su Diario de campaña. Sus Obras
completas (1963-1965) constan de 25 volúmenes.
Compilador: Mario
Artigas. (Antología General de Gabriela Mistral – Misterio y Fascinación)