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viernes, 18 de enero de 2019

Gabriela Mistral, homenaje a Rubén Darío


1933 - UNA VIDA DE RUBÉN DARÍO
Santa Margherita, enero, de 1932.
Repertorio Americano, 21 de enero de 1933.

  Francisco Contreras, el buen chileno y el buen americano del Mercure de France, ha publicado la biografía cabal y colmada de Rubén Darío, que ya venía siendo una deuda atrasada de nuestros escritores hacia el Maestro. 
  La obra sale de una mano ejercitada en la crítica literaria durante veinte años, en la grande, que es la crítica sin histerismos de admiración ni de aborrecimiento, y de la que Francia ha sido y sigue siendo la enseñadora. Enseñadora, ella, de aquellos que pueden aprenderla, que son, de una parte, los capaces de labor bibliográfica tiesa y dura, y, de otra, los de naturaleza sana que no inficionan un trabajo crítico con su propio humor ponzoñoso. 
       Rubén Darío, que todo lo fecundó y de todo proveyó a nuestra raza (poetas, narradores y críticos), andaba por ahí con su pobre nombre llevado y traído en artículos de buena o de mala voluntad, más o menos extensos, más o menos anecdóticos, de anécdota veraz unas veces, desfigurada las más y también perversa. 
La filialidad literaria, tan común en una Alemania joven que se ha puesto a montar guardia celosa en torno a su Nietzsche, o en una Provenza vieja, que cela, como la niña de sus ojos, la vida de su Mistral; la filialidad de las gentes europeas que saben lo que significa para su propia estampa perdurable fijar de una vez por todas la verdad acerca de sus maestros, es cosa que en nuestra América está todavía en puro agraz. 
En tres ocasiones solamente yo he sentido que el Rubén que me servían era el legítimo, el Rubén que no tuve la fiesta pascual de conocer; una fue en la conversación de Manuel Ugarte, hombre aseado en la conciencia literaria como en las otras, y cuya mano trata sin tiznar su asunto americano; otra fue en las charlas familiares que tuvimos Lolita de Turcios, la santa hermana de Rubén, y yo en el San Salvador de nuestro encuentro; la otra en la lectura de la obra de Francisco Contreras, más lo que de su boca recogí hace arios en su casa, contenta de escuchar en acento chileno cosas nobles sobre Darío. 
  -"Es malo deberme decía una vez Pedro Prado, explicándome la malquerencia de un deudor-.              La sensación de servicio es nociva de sentir para algunos porque les humilla, por ahí les irrita, y ya en esta irritación comienza la llaga". 
Me he acordado de estas palabras muchas veces, a propósito de Darío No sólo dio mucho, sino que casi nadie se libró de recibirle, hasta a pesar suyo le recibieron, y lo regalado eran cosas fundamentales, como "ojos nuevos" y "orejas nuevas" y algún trueque de entraña, da modo que tales presentes durables, no se pueden ni negar ni olvidar.
Una biografía de Rubén Darío de este tono sereno, de esta visión completa de conjunto y detalle, no nos la esperábamos pronto, sin embargo, aunque la estuviésemos necesitando La gesticulación en torno del Maestro, la favorable y la adversa, no han pasado todavía, y ese manoteo doble conturba al mejor crítico y le vuelve la cabeza a derecha e izquierda, rompiéndole en zigzag el flechazo de la mirada. 
La obra de Contreras se halla dividida en dos porciones desahoga - das sobre la Vida y la Obra, y cada una de las partes ha sido tratada con un orden y una claridad que llamaríamos docente; si la noble palabra no estuviera tan envilecida. 
Creíamos sabernos bien esta Vida, de tanto chismecillo que nos ha corrido por la oreja sobre los cuarenta años del Maestro Lo peor en estas cosas no es estar en ayunas de noticias, sino haberlas recibido a tontas y a locas, es decir, de tontos y de pícaros. 
Al fin tenemos aquí articulada de modo que nada Útil nos falte, la existencia del hombre nacido para nosotros en Nicaragua, zarandeado en una docena de países nuestros y claveteado como un pobre quetzal en el cartón frío de Europa -para bien suyo, creía él- para su bien y para su mal por iguales partes, decimos nosotros ahora, las criollistas Aquí están, en la cumplida biografía, los tres casamientos, que Llamaríamos mejor casorios, por lo mal hechos, bien seguidos están los viajes en busca de dineros americanos que nunca dieron de vivir, porque no eran estables, y que, si lo hubieran sido, no le bastaran al amiguero dispendioso que fue siempre, y el carácter noble, el natural caballeroso, guardado a pesar de enfermedades y pobrezas, para acoger a los amigos - a los de su jerarquía, a los medianitos y a los ínfimos -, dándoles su tiempo liberalmente, la manera reservada, sin perfidia mestiza, y el rebosamiento de la alegría en las noches de copas", la lengua de hombre pulcro, desprovista de obscenidad y de injuria, rara en español pirenaico o ultramarino, y tanta menudencia valiosa del trato, que sirve para informar y sugerir, se nos entregan aquí desmenuzadas abundantemente, y son cosa de agradecer al "memorioso que las supo guardar, y al acumulador de datos que las ha escogido en montaña anecdótica. Cuenta a su Maestro con precioso pudor Francisco Contreras, y, a la vez, sin pujos de defensa protectora refiere lo romántico de aquella vida y señala lo feo sin dejar ahí el índice pegado, y no tiene vergüenza de ser tierno muchas veces y de desenterrar a su Lázaro como Jesús al suyo, descompuesto de sepultura, con los ojos húmedos. El lector dice lo que los otros: "Ved cómo le quería". Mejor es que desentierren así los del oficio crítico que como J. J. Brousson lo hizo y lo sigue haciendo. El que mucha podre saca, tiene cierto gusto de ella, y parece que la aumenta en su mano. 
Rubén Darío arrastra todavía una reputación que no alcanza a la de poeta maldito, pero sí a la de alcohólico empedernido, o sea, a la de hombre desmoralizado. 
Hasta qué punto fue Darío un alcohólico, hasta dónde dio largos años a la bebida, yo no lo sé, a pesar de todas las confidencias fáciles que de él nos han hecho sus compañeros. Sabemos, eso sí, que un hombre de botella cotidiana no deja detrás treinta y cinco volúmenes; sabemos que un alcoholismo radical elimina toda posibilidad de trabajo, y, especialmente, de un trabajo de calidades, sabemos que la abulia alcohólica más los delirios que van llegando, disuelve al ebrio como un jabón en una baba buena para nada, y sabemos que un hábito alcohólico pulveriza al mismo tiempo que el cuerpo, el decoro personal, y nuestro Darío frecuentó gentes e hizo vida social la mayor parte de su tiempo de Europa y de América, y no fue rechazado en esos círculos como harapo sucio. La embriaguez de Darío, precisa decirlo, no fue más allá de la ebriedad del hombre de nuestra raza, y, con ella, de la inglesa y la rusa, que forman el trío de este frenesí. 
Verlaine dejó menos labor, cambien menos, Poe, es decir, aquellos que para el vulgo comparten el tabladillo de la embriaguez grotesca. En vez de esto tuvimos en Darío un trabajo constante de escribir; otro cotidiano de leer para informarse. Leyó lo clásico sustancial y leyó todo lo moderno; tanto leyó que no hemos tenido cabeza más puesta al día que la que nos prueban. Los Raros y los libros numerosos de crítica literaria.
Después del hábito laborioso que es por sí solo una forma de moralidad, hay que anotarle a Rubén Darío la hidalguía perfecta en las relaciones literarias, otra señal fuerte de moralidad. Hombre lavado de la clásica envidia española estudiada por Unamuno, y de la otra envidia en fiebre palúdica, del mestizaje latinoamericano, fue nuestro Rubén Darío. Lleno de derechos al desdén, por estar colmado de capacidad verdadera, cabeza confesada de vasta escuela literaria, aristócrata, y nato, a lo largo de su obra sin caída, a nadie desdeñó en la masa de sus seguidores; a ninguno quiso aplastar con su nombre de viga madre literaria; a ninguno le rasó la alabanza cuando la merecía. Más alabó de lo que debía hacerlo un escritor de su tamaño, en esas crónicas suyas disminuidas y despreciadas precisamente a causa de una prodigalidad de niño cariñoso. 
     Él pudo decir de sí lo que Whitman, que no fue generoso, se aplicaba a su gusto: "Yo riego las raíces de todo lo que crece". La naturaleza del maestro, en el sentido paternal, la llevaba visible Darío: confortó a cuanto escritor tuvo cerca; dio, desde el apretón de manos hasta el abrazo efusivo, a cuanta larva de letras se le cruzó en el camino; excitó a los jóvenes y les dio paridad a los maduros, lo mereciesen o no, lo mereciesen unos y otros. Sentía un gozo de veras de jardinero multiplicador de especies, y una efusión de patriarca que cuida y mima carne salida de su carne. Posiblemente resida en esta cordialidad del gremio la moral verdadera del artesano de letras, y la única que debamos pedirle. Las otras morales las pide la religión y no nos toca cobrarlas a nosotros. 
La parte crítica de la obra de Contreras ha sido cuidada como de quién la escribe y para quién la escribe. Ocasión lujosa es la de hacer un estudio largo de Darío para hombre de profesión juzgadora. Contreras ha aceptado los dictámenes sustanciales que corrieron y corren sobre Darío, dejando así opinar a la época que su derecho tiene; pero su propio juicio es casi siempre el que mejor sitúa la pieza estudiada. A Dios gracias, el libro no se nos queda, como otros del género, anegado en pastos de citaciones reiteradas y empalagosas. El autor corriente de estudios literarios aparece o como respetuoso amilanado por el respeto o como un perezoso que acarrea demasiados asombros de construcciones ajenas. Hay pocas cosas más antipáticas para un lector que esa albañilería confusa y pesada de las referencias ajenas inacabables. 
El libro de Contreras va a servir, esperémoslo así, como un molde paterno para los análogos que nos faltan y que irán llegando. Vidas de José Maní, de Palma, de Nervo, etc. El molde se trae excelencias que nos faltan por allá; la naturalidad, abajadora de la cresta inútil en el elogio literario; la verdadera escritura crítica, que es antilírica y neutra como los vitrales blancos; el tratamiento suave-firme de la mano, que no se afloja demasiado ni aprieta tampoco la pieza que es de tratar y no de atormentar. 
La obra de Contreras vale por el mejor de esos cursos de conferencias sobre los clásicos que se oyen en las universidades europeas o norteamericanas. Los vale, gracias al tono apaciguado, próximo a lo docente; los vale, por el acopio abundante y la ordenación escrupulosa de la materia, y los vale, particularmente, por la equidad sostenida como un pulso leal a lo largo de la biografía como del estudio literario. Yo la utilice en mis clases de los Estados Unidos y me sirvió preciosamente. 
A propósito, es tiempo ya de ir pensando en unos Cursos Rubén Darío para las universidades españolas y latinoamericanas, y las secciones de español de las de los Estados Unidos. Hay Cursos Calderón Lope de Vega, Garcilaso y Góngora, y todavía nos retiene un poco la idea del "Curso Rubén Darío". 
La retención nos viene de que aún nos corre por las canales toda la necedad profesoril y crítica que corrió quince años sobre el Maestro. Se nos enreda todavía la lengua al decir ciertas frases que podemos pronunciar a todo paladar y toda garganta, la dicha por Benavente hace mucho: "Rubén Darío es el primer poeta de la lengua, ni más ni menos". Dicho eso, tanto para los demás como para nosotros mismos, cumpliremos en seguida la obligación de honra máxima que es la de esos cursos especializados. 
"Un reformador de la lengua" -decimos-; y debemos decir que es el mayor de los habidos, si hubo otros de su clase. "El más grande poeta latinoamericano", decimos, y es como marcar la uva en el gajo y no el racimo. Hay que decir: "El mayor poeta en castellano". Garcilaso, hacedor de Églogas, no da con ellas solas, bulto para cubrirlo; Jorge Manrique tampoco da con el patético de las Coplas, masa con qué desplazarlo; solamente el Romancero puede ponerse como un peso honorable en el otro platillo de la balanza. 
Sin miedo, pues, digamos cada vez que se presente la ocasión: "Rubén Darío, primer poeta del habla y padre de la poesía española del siglo XX". Esos regateos se llaman de otra manera: miserias se llaman y comenzones de envidia. 
Han dicho a Contreras que su excelente obra llega en un momento en que al modernismo se le descascara el dorado malo y se desmorona entero. Cierto que los fervores histéricos han pasado, y que el modernismo, que nos dio cuanto trajo en la entraña de bienes y de males, ya no muestra colores prósperos. Pero no hay que olvidar que bien nos lo aprovechamos, devorándole, desde la carne inferior, hasta el tuétano de oro. Es el caso de contestar a los que declaran el modernismo barrido, porque no lo ven, lo que declararon los comensales honrados al que llegó tarde al banquete preguntándoles por el buey: "Nos lo comimos". Aprovechando en lo que de bueno trajo, el modernismo está despedido en el resto que era superchería. Es honrado confesar que le debemos alguna sangre, algunas sales útiles, algunas electricidades vivas que nos han servido para las otras cosas que ahora nos nutren: americanismos, futurismos, dadaísmos y... neoclasicismos. Nos lo comimos, al buey robusto, que ya no humea en el fuego, y está en nosotros.


Gabriela Mistral


Biografía
Félix Rubén García Sarmiento, conocido como Rubén Darío (Metapa, hoy Ciudad Darío, Matagalpa, 18 de enero de 1867 - León, 6 de febrero de 1916), fue un poeta nicaragüense, máximo representante del Modernismo literario en lengua española. Es posiblemente el poeta que ha tenido una mayor y más duradera influencia en la poesía del siglo XX en el ámbito hispánico. Es llamado príncipe de las letras castellanas.

En Chile
Desembarcó en Valparaíso el 23 de junio de 1886. En Chile, gracias a recomendaciones obtenidas en Managua, recibió la protección de Eduardo Poirier y del poeta Eduardo de la Barra. A medias con Poirier escribió una novela de tipo sentimental, titulada Emelina, con el objeto de participar en un concurso literario que la novela no llegó a ganar. Gracias a la amistad de Poirier, Darío encontró trabajo en el diario La Época, de Santiago desde julio de 1886. En su etapa chilena, Darío vivió en condiciones muy precarias, y tuvo además que soportar continuas humillaciones por parte de la aristocracia del país, que lo despreciaba por su escaso refinamiento y por el color de su piel. No obstante, llegó a hacer algunas amistades, como el hijo del entonces presidente de la República, el poeta Pedro Balmaceda Toro. Gracias al apoyo de éste y de otro amigo, Manuel Rodríguez Mendoza, a quien el libro está dedicado, logró Darío publicar su primer libro de poemas, Abrojos, que apareció en marzo de 1887. Entre febrero y septiembre de 1887, Darío residió en Valparaíso, donde participó en varios certámenes literarios. De regreso en la capital, encontró trabajo en el diario El Heraldo, con el que colaboró entre febrero y abril de 1888. En el mes de julio, apareció en Valparaíso, gracias a la ayuda de sus amigos Eduardo Poirier y Eduardo de la Barra, Azul..., el libro clave de la recién iniciada revolución literaria modernista. , novelista y crítico literario, cuyas cartas dirigidas a Rubén Darío en el diario El Imparcial consagraron definitivamente a Rubén Darío. Azul... recopilaba una serie de poemas y de textos en prosa que ya habían aparecido en la prensa chilena entre diciembre de 1886 y junio de 1888. El libro no tuvo un éxito inmediato, pero fue muy buen acogido por el influyente novelista y crítico literario español Juan Valera, quien publicó en el diario madrileño El Imparcial, en octubre de 1888, dos cartas dirigidas a Rubén Darío, en las cuales, aunque reprochaba a Darío sus excesivas influencias francesas (su "galicismo mental", según la expresión utilizada por Valera), reconocía en él a "un prosista y un poeta de talento". Fueron estas cartas de Valera, luego divulgadas en la prensa chilena y de otros países, las que consagraron definitivamente la fama de Darío. En enero de 1914 regresó a París, donde pleiteó largamente con los hermanos Guido, que aún le debían una importante suma de sus honorarios. En mayo se instaló en Barcelona, donde dio a la imprenta su última obra poética de importancia, Canto a la Argentina y otros poemas, que incluye el poema laudatorio del país austral que había escrito años atrás por encargo de La Nación. Su salud estaba ya muy deteriorada: sufría de alucinaciones, y estaba patológicamente obsesionado con la idea de la muerte. Al estallar la Primera Guerra Mundial, partió hacia América, con la idea de defender el pacifismo para las naciones americanas. Atrás quedó Francisca con sus dos hijos supervivientes, a quienes el abandono del poeta habría de arrojar poco después a la miseria. En enero de 1915 leyó, en la Universidad de Columbia, de Nueva York, su poema "Pax". Siguió viaje hacia Guatemala, donde fue protegido por su antiguo enemigo, el dictador Estrada Cabrera, y por fin, a finales de año, regresó a su tierra natal en Nicaragua. Llegó a León, la ciudad de su infancia, el 7 de enero de 1916 y falleció menos de un mes después, el 6 de febrero. Las honras fúnebres duraron varios días. Fue sepultado en la Catedral de León el 13 de febrero del mismo año, al pie de la estatua de San Pablo cerca del presbiterio debajo de un león de concreto, arena y cal hecho por el escultor granadino Jorge Navas Cordonero; dicho león se asemeja al León de Lucerna, Suiza, hecho por el escultor danés Bertel Thorvaldsen.

Citas a Rubén Darío en diferentes Prosas de Gabriela Mistral:

Y es que respeto por encima de todas las criaturas, más allá de mi Homero o mi Shakespeare, mi Calderón o mi Rubén Darío, la memoria de los niños, de la cual mucho abusamos…}

En cuanto a la literatura, a España la resarcimos y la medicinamos con la poesía de Rubén Darío. Nuestro buen indio desechó los tubos atestados de retórica en que se habían atascado la poesía y la prosa del español, y prefirió usar unas cerbatanas finísimas por las cuales la saeta es exhalada como a través de una flauta….}

Y después de Rubén Darío hemos ofrecido a Europa la paganía existencial de nuestro Pablo Neruda, transfusión de vitalidad, de joie de vivre, que tanto necesita la Europa desangrada, fatigada y saqueada…}

Nuestra América no ha producido hasta hoy, que yo sepa, sino dos verdaderos cráteres de creación genuina. Ellos son, para mí, repito, la Escuela de Pintura de México, con su punta bicéfala (Rivera - Orozco), y su grupo de discípulos; y el hombre solo y solitario que, sin alharacas hizo un vuelco en la poesía castellana entera: el buen indio Rubén Darío…}

El letrado que hay en G. Papini, a pesar de los modos bruscos de su escritura, tiene que darse cuenta, además, de lo que significa dentro de la sensibilidad de una raza, el aparecimiento de Rubén Darío, devastador y corrector de los vicios de una lengua poética, que, además de quemar feas grosuras, puso su propia melodía en el aire y el ámbito hispánico, bastante endurecido después de unos siglos de oídos espesos…}

Mucho más tarde, llegaría a mí el Rubén Darío, ídolo de mi generación, y poco después vendrían las mieles de vuestro Amado Nervo y la riqueza de Lugones que casi pesaba en la falda…}

Y es que respeto por encima de todas las criaturas, más allá de mi Homero o mi Shakespeare, mi Calderón o mi Rubén Darío, la memoria de los niños, de la cual mucho abusamos…}

El genio español es un genio folklórico. Hay veces que toda la poesía española se me resuelve a mí en este grupo; el inmenso folklore español; luego la poesía de los místicos (nunca se sabe la raza hasta qué punto es sólo raza), y luego Rubén Darío que me liquida el panorama de la literatura española en estos tres grandes montículos o pirámides…}

El escritor sudamericano, un Rubén Darío o Montalvo, fueron pocos deudores de sus países en cuanto a la nutrición espiritual que habrían de buscar en la forastería. ¡Pobrecitos ellos y los que hemos venido después! Mientras que el escritor europeo debe a su continente la masa fabulosa de cultura acarreada por la marea de las generaciones, es harto flaco, es bien poco lo que el Nuevo Mundo nos entrega a nosotros cuando nacemos…}

Augusto Sandino, fue un patriota y revolucionario nicaragüense. Es Héroe Nacional de Nicaragua y junto con el poeta Rubén Darío constituyen la máxima expresión de la nacionalidad nicaragüense…}

No se trata a estas horas de defender la urna del idioma en su castidad del Siglo de Oro ni de ningún siglo, después de la volteadura de la lengua que cumplió Rubén Darío con ayuda de los mejores españoles, y tampoco después de la liberalidad de la misma Academia en la última edición del Diccionario. La hora presente sería la de refrenarnos un poco en la creación de vocablos nuevos, y más que eso, de proponernos hacer los vocablos que vengan de la manera más decorosa posible, es decir, de la más lógica…}

Compilador: Mario Artigas (Antología General de Gabriela Mistral - Misterio y Fascinación)

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