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jueves, 28 de mayo de 2020

Gabriela Mistral: Como se ha hecho una escuela granja en México


Repertorio Americano, 27 de mayo de 1923.

La escuela más pobre de México. -Una colmena de octubre- -Un maestro que no es especialista- -El intelectualismo de las Escuelas Normales- -Su falta de espíritu- -La adquisición de la tierra- -La ayuda del Ministerio de Agricultura- Banco y Caja de Ahorros Escolares.
Empiezo mis impresiones de la enseñanza en México con la más pobre de todas las escuelas, con la que encontré más desnuda en mi primera visita, y a la que he visto crecer bajo mis ojos, en dos meses, por una de esas maravillas que sólo hace el Espíritu, que no podrá hacer nunca sino el Espíritu.
Para llegar hasta ella el automóvil me hizo atravesar el barrio (o rumbo, como aquí se dice) más abandonado y feo de la gran ciudad; puro arrabal, casas de obreros y trabajadores, semejantes a aquellas otras en que nosotros arrojamos a morir a nuestro pueblo obrero.
Al entrar en la escuela a mi primer pensamiento fue mezquino: “¿Para qué traerán a ver un colegio tan pobre a una extranjera?” Porque es de estilo en estos casos en muchas partes mostrar a los visitantes los grandes colegios de parqués brillantes y de aulas decoradas.
Pero el pensamiento maligno desapareció en cuanto yo llegué al primer patio. Una multitud de niños, de pobrecillos desamparados hacía labores de huerto; regaban, removían la tierra, desmalezaban, entre un rumor jubiloso de colmena de octubre.
Fui acercándome desorientada primero. Una hora después mi estado de alma era un respeto y un fervor religioso por lo que estaba viendo.
Tenía delante de mí realizada en tierra mexicana la escuela que soñó León Tolstoi y que ha hecho Tagore en la India; la racional escuela primaria agrícola que debieran formar el ochenta por ciento de los colegios en nuestros países.
El maestro que me guiaba, iba apoyándose en su azadón.
Le pregunté de qué escuela Normal tenía título, para rastrear la fuente de un espíritu extraordinario en el gremio pedagógico, por su sentido práctico. Supe que salió de una Normal, a poco de haber entrado, lleno de desencanto. Ha sido un bien. Las Normales suelen entregar excelentes educadores; yo cuento entre mis amigos de Chile y México algunos de ellos; pero son excepciones tardías, distanciadísimas excepciones; la regla es que caracteriza a estos colegios una congestión libresca, que dan a sus alumnos una vanidad intelectual enorme que puede verse en el hecho de que el normalista chileno considera una injuria que se le dé un nombramiento de escuela rural y si llega a ésta, vive al margen de la población campesina, desdeñando a ese pueblo del cual viene siempre, y al cual está destinado. Caracteriza a los estudiantes de pedagogía el concepto un poco infantil de que el aprendizaje de las biografías de todos los maestros de verdad, los Pestalozzi, los Froebel, significa alguna adquisición efectiva, siendo que lo único necesario es QUE LA LECTURA DE ESTAS BIOGRAFÍAS LOS ENCIENDA DE APOSTOLADO Y LES DÉ EL ESPÍRITU HEROICO QUE HA SIDO EL DE ESOS HOMBRES Y sin el cual una cultura -pedagógica, filosófica, científica en general - no le servirá sino para para ser lucida en un discurso de aniversario...
 - ¿Cómo hizo usted esta escuela, compañero? - fui preguntándole. Estábamos sentados delante de una mesa rústica y yo compartía la comida frugal del hombre tolstoiano.
Y fue contándome la formación de su Escuela Granja, con la sencillez con que nuestros campesinos cuentan la poda de sus árboles.
 -Este terreno, -empezó diciéndome, - formaba el parque “Francisco Madero”, enteramente abandonado y que si de algo servía era de sitio de bacanales populares en los días festivos, de borracheras y riñas de la infeliz población aglomerada en torno.
La Sección de Desayunos Escolares que sostiene el Gobierno, enviaba aquí diariamente a su jefe, señorita Elena Torres, para hacer el reparto en la Escuela Primaria que daba al parque. Fue suya la idea de solicitar el gran terreno baldío a la autoridad, y destinar las dos hectáreas a una Escuela -Granja que sería el primer ensayo de esta índole hecho en la enseñanza primaria en México.
Se obtuvo la concesión. Afortunadamente mis jefes me dejaron en entera libertad de acción; no se me fijaron programas; no se me ataron las manos con reglamentos.
Un día comencé a cultivar una parcela en el centro del terreno, y dije a los niños solamente que hicieran lo que yo fuera haciendo.
Ellos verificaron el reparto del suelo en pequeñas secciones y se las distribuyeron. No les di lecciones previas de agricultura, porque no creo en la enseñanza teórica, sino como cosa paralela a la práctica, y a veces como cosa posterior a ella.
Se fue poblando la tierra eriaza y fea de las pequeñas manchas verdes de hortaliza. Había que ver con qué ardor trabajaban mis pequeños agricultores, siempre con mi vigilancia, pero sin mi ayuda, para enardecerlos de esfuerzo. No he querido matarles la alegría ingenua de que descubran ellos, de que se sientan menudos creadores...
Vino la cosecha. La hizo cada uno por separado en su parcela.
Yo envié a algunos niños a invitar al Ministro de Educación para que la viera. Y aquí comienzan las numerosas incidencias gratas que han ido levantando la escuela pobre, creándole el prestigio y la simpatía.
Los niños pedían inútilmente una entrevista con el atareado funcionario.
Cuando el señor Vasconcelos supo de qué se trataba, los hizo pasar, entre el asombro consiguiente de los empleados subalternos. Vino a la escuela, vio la cosecha y desenterró algunos betabeles (remolachas). Y este hombre que tiene un ojo tan agudo para mirar lo que en la enseñanza es corteza pintada y muerta, y lo que es verdad viva, tuvo una mañana de alegría y comprendió lo que de allí iba a nacer.
Yo dejé que cada uno de los niños se fuera al mercado con su liviana cosecha. Volvieron descontentos a contarme que los revendedores les habían pagado muy mal las legumbres y les habían dicho que no les convenía perder tiempo en adquirir lotes tan insignificantes.
Dedujeron ellos mismos que necesitaban asociarse y encomendar a uno solo la venta total. Dedujeron, además, que no toda la semilla empleada había sido de buena calidad y que deberían comprarla selecta. El mismo día se fundó la cooperativa para adquirir semilla y se nombró el encargado de la venta. Se crearon también un Banco minúsculo y una Caja de Ahorros. Las utilidades se distribuirían de este modo: un tercio para la adquisición de útiles y otro para la Caja de Ahorros, hasta capitalizar cinco pesos (veinte pesos chilenos), con lo cual adquiriría un traje cada uno de los pobrecitos campesinos.
Cuando después de tres cosechas varios niños pudieron comprar calzado y ropa, y los efectos de organización fueron apreciados por ellos mismos sin necesidad de que se les hiciese una lección sobre el asunto, el entusiasmo fue tal, que tuve a mi alrededor un clamoreo de peticiones de tierra, y la escuela aumentó su matrícula espléndidamente.
Les dije que había que conseguir esa tierra dando a conocer la escuela; irían ellos a cada uno de los periódicos y traerían a los reporteros a VER lo conseguido y no a oír disertaciones interesadas... Se buscaría la ayuda de los jefes del Ministerio, en ausencia del Licenciado Vasconcelos. Se traería aquí a los miembros de las sociedades agronómicas. Les aseguré que todo vendría, desde las herramientas hasta los terrenos. Y este conozco a mi raza. Sé que todo está en convencerla CON LA VISIÓN DIRECTA DEL BIEN QUE SE HACE, Y que hay un descontento muy grande hacia la vieja escuela primaria, que se nos hizo retórica y perdió el sentido de la realidad, descontento que sólo espera ver surgir una cosa diferente y verdadera para reemplazar lo que ha fracasado.
Hasta aquí llegó mi primera conversación con el maestro Arturo Oropeza. Ya empezaba la campaña de la prensa. Cada día yo iba leyendo uno y otro artículo y sentía un placer muy grande por la comprensión de este pueblo hacia el oscuro maestro del arrabal.

(De, “Antología General de Gabriela Mistral – Misterio y Fascinación”, compilación, Mario Artigas)

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