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sábado, 23 de julio de 2022

Gabriela Mistral, honor a Simón Bolívar.

 Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios de Aguirre. Nace un 24 de julio.

La ambición de Bolívar

Nueva York, abril de 1931

 

Los escritores que malquieren a Bolívar insisten mucho en su ambición; la sacan a lucir como una medida mañosa que le rebaje la mitad de la estatura y vuelven y revuelven con la palabrita hasta que echa ella sobre el hombre unas luces sesgadas.

Hasta donde se toca ambición se tiene tacto leal de hombre; cuando ya no se la toca, la criatura se vuelve nada menos que el santo y produce no sé qué vértigo. Nadie piensa a nuestro Bolívar como un ciudadano de la otra orilla ni se ha hecho intentona de altares en su favor...

Ambición natural la que llevó y mostró, tan natural como su corazón vivo y lleno de sangre que buscaba empleo, tan natural como que comiese y llevase ropas, ¿qué querían, pues, los hipocritones? Un santo-general no se ha visto y menos un Libertador de un continente de tierra y agua.

Al no haber sido rico, hablarán de su ambición de plato más grande de habichuelas; al no haber sido un buen mozo, se les ocurrida su ansia de mujeres. Poseyó cuanto puede poseer un hombre para que la juventud se le acueste en Capua y allí se le quede, cuanto puede pedir la criatura sensual que es el criollo y cuanto ha menester el hombre de cualquier parte para aceptar su lote magnífico y quedarse sobajeando toda la vida, agradecido y orondo.

La ambición de Bolívar después de nacer en la familia donde nació, de recibir el legado casi bautismal del Canónigo Aristiguieta y de vivir en cortes europeas que llegaron a parecerle domésticas, debía volver la cara inteligente hacia lo único que le faltaba, que era la gloria. Poseía la mirada panorámica, así para la geografía como para la historia y con este ojo de beber masas y de coger volúmenes él vio que ella le faltaba para sentirse completo, que es como le gusta sentirse a los héroes y a los santos. Bienhaya su “vistazo” y su determinación, bienhaya por él y por nosotros.

Ya pueden ir llegándonos otros tan cargados de este “morbo” como él lo estuvo y tan despeñados como él hacia glorias de la misma calidad y del mismo bulto.

La ambición se la fueron encandilando muchas cosas: primero, la educación plutarquiana que ha sido la copita de vino empujadora de las mejores gentes en cualquier tiempo; luego, al ver hacerse a Napoleón como un árbol de esos que los magos ponen a crearse en unas horas; luego, el darse cuenta, con sus ojos caladores de la ineptitud que lo rodeaba, de que estaban sin hacerse los dos tercios de la América; luego, la época en que caían los reyes necios como las nueces secas con el viento; luego, el que se le muriera la mujer, en la que habría hallado empleo blando su alma venida para empleos duros. Podrían haberlo sujetado muy pocas cosas: el tener miedo, y no había nacido, como los más, pegado a un cuco familiar; al ser atrapado por el mucílago bueno de una segunda esposa y de muchos hijos, o sencillamente el dudar, can duda perversa, de que los hombres respondan al bien, lo dejen hacer y ayuden a quien se los haga. Ninguna de estas cosas le sujetó el alma desembarazada que era la suya ni el cuerpo ganoso.

En vez de contarle y medirle la ambición -con cierta manita peluda de murciélago-, mejor sería darse cuenta de cómo ella fue metal químicamente puro, o mejor una especie de agua superfiltrada en la que no se quedó bailando una arenita obscura, una hilacha de dineros, una pajita sospechosa de medro. Asombra de veras ver el brazo de Bolívar aventar las tentaciones una y diez veces, en su Caracas, en su Bogotá, en su Quito, en su Lima. Mas, desconcierta cuando a cada bandeja de frutas de oro que le pasa el Demonio delante, tenemos presente que este hombre ama la vida en grande, que puede encariñarse con un palacio gubernamental, porque se crio en casa-palacio y sobre todo que Plutarco le ha sugerido, si no enseñado, el derecho de los mejores, el mando largo, el mando que dura y que permite hacer las muchas cosas comprometidas.

La división de las gentes en ambiciosos y no ambiciosos daría, por otra parte, unas curiosas sorpresas con los dos lotes. Una especie de limbo, donde se hallarían los limpios de culpa y que estaría formado por los zonzos de zoncera redonda, los lisiados de los miembros más nobles del alma, y los viejos que han pasado los sesenta y comen su sopa de sagú... Una especie de senado, donde las primeras filas las acapararían los justos que se adjudicaban lo suyo precisamente por ser justos, y luego todos los constructores que construyen en grande por la espuela visible que los mordía y por la flecha también visible que su mano apuntaba lejos, ambas cosas instrumentos del ansia, de la ambición, cuerpos del delito...

La división racional mejor que aquélla podría ser la siguiente: lote de quienes ambicionaron las cosas de precio que a la vez eran las más difíciles, y que jugaron a ellas al cuerpo y el alma, que es cuanto podemos jugar y que es el precio más alto del mercado; lote de quienes, ambicionando las mismas cosas, les jugaron un poco de aliento flojo y otro poco de alma sietemesina, con lo que no ganaron todo lo que querían y lograron sólo algunos trozos, pagados con fraude, esos mismos.

 

Gabriela Mistral

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